En el artículo “El dólar paralelo: hijo bastardo del control de cambio” hicimos un análisis acerca de la innegable responsabilidad del gobierno en las consecuencias de la aplicación de esta medida económica para la población y de lo conveniente para lograr sus objetivos políticos. Las distorsiones generadas por el control cambiario bolivariano, que para febrero de este año se vistió de largo y bailó el vals son inocultables, puesto que las condiciones han empeorado y más allá del aumento de la pobreza, la fuga de capitales, la escasez y la contracción de la actividad económica, se le ha sumado la hiperinflación, que llegó para quedarse por largo tiempo, vista la incapacidad manifiesta de las autoridades monetarias en el manejo de la misma.

Ahora bien, desde el punto de vista cambiario, la situación es mucho más compleja. Ante la merma en la oferta de dólares, el mercado paralelo ha sido la vía de escape tanto para compradores como vendedores, siendo el referente de su precio, desde el año 2010, una página web. Sin embargo, durante el mes de marzo de este año se evidenció un leve estancamiento (que ha ocurrido en los meses de marzo de años anteriores) en el precio de la divisa producto, entre otras variables, del vencimiento en el pago del Impuesto Sobre La Renta (que se realiza en bolívares) y en esta oportunidad, de la “legalización” en el país de las actividades provenientes del blockchain y las criptomonedas con ocasión del lanzamiento del Petro.

De tal modo que esta estabilización coyuntural comenzó a ser tomada como valor mínimo referencial por parte de los agentes económicos, quienes con preocupación, empiezan a buscar precios mayores en otras páginas web que tenían tiempo fijando el valor de la divisa y se inicia una puja de incontables tipos de cambio y con ésta un aumento sustancial e indetenible en su precio. El arbitraje de la mano invisible.

La subsistencia por encima de lo socialmente correcto

Esta situación de histeria colectiva, marcada por lo que se conoce en Neuroeconomía como el “efecto manada” y el “efecto de sobrerreacción a las noticias” ha hecho que la fijación del precio el dólar paralelo se concrete en valores cada día más altos. Por tal razón, se ha generado en alguna parte de la opinión pública una condena desde el punto de vista moral, considerando que quienes venden las divisas a esos máximos referenciales están causando un daño al resto de los ciudadanos, ya que el efecto transferencia hacia los precios de los bienes y servicios que se venden en bolívares pero referenciados en dólares, es inmediato y lógicamente tiene un impacto directo en la hiperinflación. Ahora bien, esa sentencia condenatoria deja por fuera dos elementos importantes, primero, el hecho que en Venezuela un alto porcentaje de sus ciudadanos, de todos los estratos, subsiste gracias a las remesas que les envían sus familiares que han emigrado y que en el año 2017 alcanzó la cifra de $1.200 millones, y segundo, que cada dólar recibido debe ser cambiado al máximo valor posible ya que a diario se necesitan más bolívares para adquirir los mismos productos.

Por tal razón, resulta simplista culpar a una población empobrecida, cuyo salario no alcanza ni para cubrir las necesidades básicas, de las consecuencias de la ausencia de una política cambiaria seria. Lo que está ocurriendo es que más allá de los indicadores, los agentes económicos perciben la crisis a través del “efecto marco” (framing effect); por lo que antes de emitir cualquier juicio moral acerca de una supuesta y condenable voracidad entre quienes realizan los procesos de arbitraje de divisas, es importante considerar la gravedad de la situación económica, un inédito proceso hiperinflacionario que lleva a comportamientos instintivos (manejados por el cerebro reptil) y a tomar decisiones desde las emociones primarias y básicas: el miedo y la necesidad imperiosa de protegerse.

Esto no es nuevo, desde la época prehistórica nuestro cerebro ha estado programado para garantizarnos la supervivencia, cuando nos sentimos presionados por las circunstancias externas, se pone en marcha la toma decisiones emocionales y se deja de lado lo racional, por ende, no resulta lógico esperar decisiones basadas en la ética o el bien común en circunstancias límite. En Venezuela, nadie estando en una situación de subsistencia va a vender sus remesas al precio más bajo en función de lograr o aportar algo al resto de la sociedad pues entra en juego la percepción mediante los sentidos, las emociones, recuerdos y eventos pasados. Es decir, la interpretación del hecho económico de manera individual a su vez afectada por el comportamiento social.

No hay que perder el foco de quién es el verdadero responsable

Llegados a este punto ya se tiene claro que el problema no es que en el mercado negro existan innumerables páginas web que indiquen distintos valores del dólar, tampoco que el arbitraje se fije al precio más alto, lo medular es que los agentes económicos siempre se van a sesgar hacia aquellas decisiones en las cuales se active su sistema de recompensa cerebral, es decir, que les proporcionen bienestar; que les generen la emoción de ganar. Actuamos como Homo Sapiens. Entonces el foco es el origen del problema y su causante: un control cambiario vetusto implementado como medida política y no económica por parte del gobierno.

Debido a esto, las personas reaccionan ante una multiplicidad de precios en el mercado paralelo y fijan el intercambio en sus propios términos en razón que la institucionalidad de la autoridad monetaria del país, el Banco Central de Venezuela, ha sido derruida y con ella toda credibilidad en sus actuaciones. Al mismo tiempo, otro elemento que es causa directa del problema, lo constituye la disminución de la oferta de divisas porque la principal fuente de las mismas, PDVSA, ha sido devastada por un modelo político nefasto.

En conclusión, la culpa no es de las decisiones irracionales de los ciudadanos que están empobrecidos y que intentan subsistir en medio de un caos intencional que tiene como objetivo el control social.

Por lo tanto, cada día es más evidente que la permanencia del control cambiario, aún inoperante y perverso, se sustenta porque genera beneficios colaterales a los adláteres de la revolución bolivariana. Entonces, a pesar que el hijo bastardo se ha reproducido y que los nuevos vástagos resultaron altaneros, independientes y respondones resultan perfectos para lograr los objetivos del socialismo. La prueba de esto es que con todo lo que ocurre, no se menciona, ni de lejos, desmontarlo o eliminarlo. La familia sigue creciendo y con ella la corrupción y sus beneficios.