Venezuela vive en la actualidad (2019) uno de los momentos más complejos de su historia económica, política y social. Nunca antes la “mala praxis” económica había hecho tanto daño, lesionando a toda una generación (20 años), destruyendo el aparato productivo, fracturando las instituciones y obligando a una de las naciones más prósperas de América latina, a ser una economía de puertos, con innumerables vicios en sus trámites, muy baja calidad de los productos importados y altos niveles de corrupción e ineficiencia en la cobertura de las necesidades básicas y fundamentales de toda su población. No conforme con esta situación, los responsables de la gestión económica del país, y de sus instituciones (BCV y MPPF), lejos de instrumentar políticas tendientes a corregir los desequilibrios del mercado interno y externo, terminan siendo los causantes de las distorsiones monetarias, cambiarias, fiscales y comerciales, de forma repetida y continuada.

Es el caso de las más recientes medidas tomadas por la directiva del Banco Central de Venezuela (BCV) en materia monetaria, al afectar de manera incremental en el mes de diciembre 2018 y luego enero y febrero 2019, el encaje legal marginal y ordinario para las operaciones de crédito del sistema financiero nacional, con la intención de restringir la liquidez y afectar el consumo privado, y por ende los índices de inflación, así como también incidir en el mercado cambiario (DICOM), obligando -ante la escasez de efectivo- a la venta de divisas en el mercado interno a través de un tercero (Interbanex), sumado a esto el aumento del tipo de interés por el consumo con tarjetas de crédito (TDC), sin una lógica correspondencia entre los límites máximos de las TDC y la situación de precios en el mercado, reflejado en una hiperinflación de 1.698.488.2% acumulado a diciembre 2018, que ya para el mes de enero 2019 mostraba una variación interanual (ene 2018-ene 2019) de 2.688.670%.

En este mismo orden de ideas, el poder de compra del bolívar se ha pulverizado producto de las desastrosas decisiones de política económica tomadas desde el alto gobierno, y profundizadas desde el 20 de agosto 2018 con la segunda reconversión monetaria que ha vivido el país. Y es que, desde la creación del Petro, su vinculación con el bolívar reconvertido, su uso como unidad de cuenta para fijar sueldos y salarios, así como también para ser referente de tasas, impuestos y contribuciones nacionales, la economía nacional aceleró su proceso de descomposición. El signo de la actual política económica nacional es la “improvisación”, debido a que no hay coherencia en las tomas de política, irrespetando la “coordinación macroeconómica” y, por ende, profundizando el desorden y la pérdida de credibilidad institucional a todo nivel, convirtiendo a cualquier medio de pago alternativo que sea seguro, creíble, reserva de valor, ampliamente aceptado y con mercados para su intercambio, en la moneda funcional de los venezolanos.

Es este el caso del dólar estadounidense, el euro, el peso colombiano, el bitcoin, el ether, dash, litecoin, bolivarcoin, arepacoin, onixcoin y rilcoin, que son algunos de esos medios de pago alternativos que los venezolanos han aprendido a valorar, obtener, atesorar, intercambiar y trabajar con ellos, en un mercado y ecosistema de criptomonedas que se pretende regular, intervenir y sancionar, en manos de una legislación (decreto y providencias de la ANC) que muestra lo poco que se conoce la razón de ser y naturaleza de existencia de las criptomonedas y el protocolo blockchain a partir del trabajo de Satoshi Nakamoto en 2008 y 2009. De no ser por el uso intensivo de criptomonedas en manos de particulares, empresas y hasta el propio aparato gubernamental, lo agentes económicos nacionales no estarían -a la fecha- haciéndole frente a una hiperinflación que en términos reales pulveriza el valor del trabajo (sueldos y salarios) y la riqueza de la empresa (utilidad).

Cada vez más sabemos de personas que hacen minería o están en un pool de mineros, otros que hacen trading tradicional o de criptoactivos, algunos que transforman bolívares a criptos y luego los venden en plataformas P2P, otros que dedican tiempo a realizar actividades repetitivas en sitios web pagaderos en criptos bajo la figura de los grifos o faucets, muchos que también dedican tiempo a jugar en línea durante 4 a 6 horas, recopilando instrumentos y artefactos virtuales que son vendidos luego en mercados secundarios pagaderos en divisas o criptos, también aquellos instruyen en el uso de las criptomonedas y sus plataformas, sin dejar fuera a los que de forma técnica orientan en la compra, instalación y puesta en marcha de equipos para minar, así como también a los desarrolladores y  programadores web, creando todos ellos un nuevo mercado de trabajo basado en criptomonedas, blockchain y desarrollo de soluciones fintech que cubren necesidad reales y conectan de una manera diferente con la nueva economía, que es abierta, inclusiva y no depende de gobierno alguno.

La necesidad y la realidad país han llevado a muchos venezolanos a reinventarse, ser resilientes e increíblemente creativos, viendo oportunidades donde otros no las ven, haciendo gala de sus conocimientos adquiridos, y validando la necesidad de nuevas herramientas -materiales e inmateriales- para poder alcanzar sus objetivos. Todo esto está pasando en tiempos complejos, donde lo tradicional no necesariamente resuelve los problemas básicos y fundamentales, sobre todo si proviene de los centros tradicionales del poder. Es un despertar a la visión autogestionaria y hoy necesaria para mantener a flote familias y empresas, que saben que dependen de ellos mismos para salir adelante, formando parte de sistemas colaborativos globales, movidos por incentivos y recompensas que son vehículos de ahorro e inversión para muchos, o medios de pago puntuales para llevar lo necesario a casa. Nunca antes habían sido tan ciertos aquellos lemas cripto de “Sé tu propio banco” (Be Your Own Bank -BYOB-) o “Haz tu propia investigación” (Do Your Own Research -DYOR-), y es que la naturaleza de la nueva economía nos exige ser los “Trabajadores de conocimiento” (Knowledge Workers) que Peter Drucker esbozó en su libro “La Sociedad Post-Capitalista”, donde la principal herramienta para cambiarlo todo es lo que sabemos y cómo y dónde lo usamos.

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