En un artículo titulado “Hambre, prensa y democracia” el Premio Nobel de Economía en 1998, Amartya Sen expresa que “En la terrible historia de las hambrunas, se destaca que no se produjo ninguna hambruna significativa en un país con forma de gobierno democrática y una prensa relativamente libre. Tienen lugar en antiguos reinos y en las sociedades autoritarias contemporáneas, en comunidades tribales primitivas y en las dictaduras tecnocráticas modernas, en economías coloniales gobernadas por los imperialistas desde el Norte y en países de independencia reciente del sur, gobernados por nacionalistas despóticos o por partidos únicos intolerantes. Pero las hambrunas nunca afectaron a un país independiente, con elecciones regulares, partidos de oposición, que permite a los diarios informar libremente y cuestionar las políticas gubernamentales sin sufrir la censura”.

En efecto, no importa si es África, Europa, Asia o América o si quienes ejercen el poder arbitrariamente lo hacen en nombre de la izquierda o la derecha, simplemente, cuando una persona o grupo se apodera de las instituciones para su uso exclusivo, tarde o temprano llega el hambre. Una República Civil, a diferencia de otros regímenes políticos, implica el respeto a varios principios, entre ellos: un gobierno electivo, la igualdad jurídica entre los ciudadanos, el imperio de la ley y la responsabilidad del gobierno. Por su parte, un régimen de fuerza es ajeno a tales principios, particularmente, a la idea de la igualdad, dado que es evidente que las dictaduras -no importa su signo ideológico- establecen una férrea división entre gobernantes y gobernados. Un grupo se especializa en mandar y la mayoría es forzada a especializarse en obedecer.

En el caso de los países que vivieron bajo la cortina de hierro, durante la existencia de la URSS, tenían legislaciones que prohibían el ejercicio del poder y hasta incluso la sola presentación de candidatos independientes o distintos al Partido Comunista -eso aún persiste en China, Corea del Norte y Cuba-, en el caso de los fascismos, tanto la Alemania Nazi, como la Italia de Mussolini y la España de Franco se procedía de la misma manera -pese a considerar al comunismo su gran enemigo-. En esos contextos, un grupo con vocación de poder se asume dueño de la verdad, de la única verdad y, por tanto, con derecho a suprimir el error subyacente en las acciones, pensamientos y almas ajenas.

Esa «Vanguardia Revolucionaria» o «Élite del movimiento» se erige también como una casta funcionarial que acumula primero competencias, luego prerrogativas y, finalmente, descarados privilegios por su «heroico sacrificio» de gobernar. Es así como las dictaduras tienden irremediablemente el culto a la personalidad de quien usurpa el lugar que en una República Civil ocupa el conjunto de la ciudadanía. Entonces surgen los apodos: «Papaíto Stalin», “Führer”, «Duce», «Caudillo de España por la gracia de Dios», «Amadísimo Líder», “El Ilustre Americano”, «Comandante Supremo y Eterno» o «Conductor de Victorias» es una lógica implacable y fatal.

El hambre llega cuando, en tiempos de vacas flacas, la prioridad de las dictaduras es alimentar a la casta dominante antes que a la mayoría. En esencia, quien no sea un dirigente del régimen debe someterse a restricciones intolerables para los partícipes de la Nomenklatura, ¿No me cree? Busque a algún dirigente, incluso a nivel de alcalde o concejal oficialista en Venezuela, haciendo una cola para comprar comida. Eso es un unicornio, no existe.

La democracia, incluso en las peores crisis económicas, lucha por resolver sus inequidades económica con más dosis de igualdad, se reconocen más derechos, se amplía la consulta a la ciudadanía, se cambian los gobiernos, se exige mayor transparencia, más efectividad, más celeridad… Las crisis económicas, para las democracias, resultan duras pruebas pero a la larga implican reformas institucionales con notorios beneficios. En ese sentido, es evidente que las naciones que desean superar sus crisis deben apostar por más y mejor democracia, fortalecer sus principios republicanos y abandonar las pretensiones exclusivistas de quienes, en todo tiempo y lugar, se creen dueños de la verdad y el poder en desmedro de los demás.

Instaurar una República Civil no solo es una situación moralmente deseable para los ciudadanos que se sienten tan libres como iguales, también es un remedio contra el hambre provocada por gobernantes obesos y egocéntricos.