Históricamente la sociedad venezolana siempre fue muy dada al consumo. De hecho en mejores tiempos se nos comparaba con la sociedad estadounidense, en términos de comportamientos de compra. Consumíamos más de todo, los carros se cambiaban con cierta regularidad, quienes tenían mejores ingresos compraban más de una casa, aquí o en el exterior, el whisky era la bebida nacional, viajar por placer era normal, los boletos aéreos se compraban con mucha anticipación, nada envidiaba la Margarita de los ´80 a Miami la sucursal mundial del consumo, lugar donde el comprador compulsivo venezolano dejó una huella imborrable. Las mejores tiendas y marcas del mundo tenían representación aquí. Ford, GM, Fiat, Toyota cubrían la gran demanda nacional y desde aquí exportaban vehículos al resto de la región. Nos eran familiares productos foráneos como Chiclets Adams, Nutella, Pringles, Hersey, caramelos Craft, Crest, Pepsodent, Ray Ban, Mercedes, Ranger Rover y un largo etcétera.

Sucumbimos a las modas en ropas, zapatos, electrodomésticos y, más adelante, a los teléfonos celulares, renglón este en el que fuimos pioneros en el consumo. En la misma medida en que el ascenso social era una constante de las familias venezolanas, mediatizado por el rentismo petrolero, también se fue gestando una cierta vocación por el gasto suntuario. Ya no era solo techo, alimentos y vestimenta, sino que le fuimos sumando a la canasta todo aquello que significara una escala superior al status. Paradójicamente, y en paralelo, fue creciendo un cordón marginal en los grandes centros urbanos que se nutrían de la emigración colombiana, peruana y ecuatoriana, muy particularmente, tanto como venezolanos cuyas condiciones de vida en el interior del país los obligaba a buscar mejores oportunidades en las ciudades. Sería injusto no reconocer que, aun los más pobres, con sus menguados ingresos podían consumir lo mínimo necesario, pero hubo un momento en que el país falló en crear posibilidades de acceso a todos.

La sociedad de consumo primero es una sociedad de empleos, donde se fábrica e importa todo cuanto se demande. Crea servicios públicos y privados que le facilitan la vida a la gente. También hay disposición al ahorro y la inversión, pensando en tiempos de retiro. Le abre oportunidades al extranjero que aprecia buenas oportunidades de negocio sin mayores zozobras de carácter socioinstitucional o político. El obrero, el técnico o el profesional devenga ingresos suficientes para aspirar a mejorar las condiciones de vida de él y su núcleo familiar, el empresario multiplica el valor de sus inversiones. Etcétera. Todo esto fue posible en nuestro país. Hoy en día, socialismo del siglo XXI de por medio, ya sabemos lo que tenemos en contraste.

Rescatar la normalidad en Venezuela, empezando por refundar el estamento republicano, va a significar también construir un modelo de consumo actualizado, conforme a tendencias y potencialidades. En la medida en que se vayan resolviendo las grandes penurias en alimentación y medicinas, el Estado venezolano debe estar en capacidad de crear incentivos para mejorar el aprovechamiento general de las capacidades agrícolas e industriales, promover emprendimientos e innovaciones a gran escala, fomentar el desarrollo de talentos y vocaciones, y sumar tantos voluntades como sea posible para la opción de desarrollo balanceado en todas las áreas y en todo el territorio.

Igualmente el sector privado, pivoteado por los grandes gremios empresariales, tienen el reto de renovar el compromiso por producir con calidad, de forma responsable y sustentable, invertir mucho en ciencia y tecnología, con claras agendas de sinergia con las universidades y centros de I+D, acelerar la transición a la 4ta Revolución Industrial y, en general, convertirse en el gran factor de desarrollo competitivo. De esto depende que el consumo se incremente y mejore cualitativamente. No es volver atrás, se advierte. El valor del consumo en el mundo está cambiando, hay consenso sobre la necesidad de evitar el agotamiento de los recursos naturales, ampliar el ciclo de vida de los productos, reciclar o reusar, minimizar desechos y penalizar la acción depredadora o la producción de gases de efecto invernadero. A estos desafíos también nos enfrentamos.