El primer contagio conocido de COVID-19, la enfermedad causada por el Coronavirus SARS-CoV-2, tuvo lugar el 17 de noviembre de 2019 en Wuhan, en una persona de 55 años natural de Hubei. Hoy, pasados ya 1 año, 2 meses y 11 días del hallazgo del paciente cero, se cuentan 101.253.267 casos confirmados de COVID-19 a nivel mundial, de los cuales 55.941.790 se han recuperado y 2.184.718 han fallecido, según estadísticas recogidas por el Coronavirus Resource Center de la John Hopkins University & Medicine de 192 países.

El 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) eleva a nivel de pandemia al COVID-19, cuyo efecto directo en la economía global queda plasmado en el World Economic Outlook del Fondo Monetario Internacional (FMI) del 26 de enero 2021, el cual señala que la economía global se contrajo un -3,5% en el 2020, mientras que las economías avanzadas y los mercados emergentes, un -4,9% y -2,4% respectivamente. En este sentido el FMI prevé una recuperación por el orden de 5,5%, 4,3% y 6,3% en el 2021 para la economía en general, economías avanzadas y economías emergentes. Todo esto de mantenerse la política de estímulos y recomendaciones en materia monetaria, cambiaria y fiscal que han elaborado desde el FMI Policy Tracker, y que guardan estrecha relación con las recomendaciones del Banco Mundial, OIT y CEPAL.

Sin embargo, estas proyecciones dependen de múltiples variables que cada gobierno de manera soberana debe evaluar y medir su impacto en el mediano y largo plazo, para aplicar la mejor combinación de políticas económicas en medio de la pandemia global y así orientarse a la recuperación de su economía. Pero el Coronavirus más allá de las proyecciones de los entes multilaterales, sigue afectando la salud del individuo, de su familia, de sus amigos y entorno, así como de su espacio de trabajo. Siendo un hecho innegable la disminución del empleo alrededor del mundo y su sustitución por modalidades digitales a distancia, en los casos donde esto sea posible.

Ahora bien, la producción de bienes y servicios se ha visto comprometida a nivel mundial y la población sigue creciendo, potenciada en estos momentos por el distanciamiento social y el “quedarse en casa”, más aún en las economías menos avanzadas donde los sistemas de salud y el costo de la vida no se encuentran en niveles mínimos aceptables. Creando todo esto un escenario post pandemia que las economías y gobiernos del mundo tendrán que enfrentar durante varios años. Esto nos hace recordar el trabajo del economista clásico Thomas R. Malthus, quien en su obra “Ensayo sobre el principio de población” (1798), afirma que la población tiende a crecer de manera geométrica, mientras que la producción de alimentos lo hace manera aritmética, creando una compleja disparidad entre el aumento de la demografía mundial y la capacidad real de proveer alimentos a todos de manera constante.

Esta disparidad o problema se encuentra hoy más vigente que nunca, y es que la pandemia del COVID-19 está ensanchando las brechas económicas y sociales entre los que más tienen y los que menos tienen a nivel mundial, acrecentando la pobreza potenciada por la disminución en la producción de alimentos, que a su vez está afectada por el cambio climático. En este sentido, para Malthus existían unos obstáculos al crecimiento de la población que denominó de dos formas, los obstáculos privativos y los obstáculos destructivos.

Los primeros obstáculos son voluntarios y dependen en primera instancia de la restricción moral de la población (abstinencia del matrimonio, castidad, retraso del matrimonio hasta acumular recursos, p.e.), y en segundo caso de los vicios (libertinaje, prácticas contrarias a la naturaleza, violación del lecho conyugal, uniones criminales, uniones irregulares, p.e.). Los otros obstáculos (destructivos), no son voluntarios y están conectados con la miseria (ocupaciones malsanas, trabajos penosos, pobreza, mala alimentación, enfermedades, epidemias, pandemias, hambre, peste, p.e.) y las desgracias (conflictos políticos, catástrofes naturales, guerras, p.e.) Todos estos obstáculos presentes hoy en día en el mundo entero con variantes y distancias que atenúan o acrecientan sus efectos en la población.

De esta manera, en términos Malthusianos estamos viviendo un tiempo de obstáculos destructivos (no voluntarios) que inexorablemente llevarán en el mediano y largo plazo a obstáculos privativos (voluntarios), motivado a los efectos que sobre la economía global está teniendo la dislocación de la normalidad económica, política y social derivado del COVID-19 y sus efectos secundarios de largo plazo. Es por esta razón que el Foro Mundial Económico Global ha propuesto desde junio del 2020 el denominado “Gran Reset”, una visión alternativa para enfrentar y asumir los cambios que la “nueva normalidad” de la pandemia ha comenzado a mostrar en un mundo con cambios visibles en su dinámica política y social por la permanencia del virus y la inequidad global en el acceso a las vacunas desarrolladas por las empresas farmacéuticas.

El virus le ha dado la vuelta al mundo de manera veloz y gratuita, no así lo hará la vacuna que tardará años en estar en el organismo de los más de 7,6 billones de habitantes, a un costo tremendo por parte de las naciones todavía afectadas por la depresión y contracción de sus economías. Es así como ha comenzado la construcción de una nueva línea de tiempo a partir de la pandemia en el mundo entero, y que sigue escribiendo su rumbo entre decisiones de gobernantes, gobiernos y entes multilaterales que desestimaron el efecto y alcance de un obstáculo destructivo no voluntario conectado con la miseria, como lo es el COVID-19.