El COVID-19 ha demostrado que los problemas actuales requieren de una perspectiva global. Las acciones unilaterales de naciones individuales logran poco impacto cuando se trata de una crisis que no respeta fronteras, nacionalidades o etnias. En la más reciente de una larga historia de pandemias, el mundo se ha visto vastamente sorprendido. La falta de preparación y coordinación entre los gobiernos alrededor del globo ha sido en el mejor de los casos caótica.

Como de muchas otras crisis, la sociedad probablemente saldrá de esta mucho más sabia y fortalecida para enfrentar amenazas futuras. Por lo tanto, es una buena oportunidad para reflexionar y repensar nuestra estrategia contra nuestro próximo gran reto global: el cambio climático.

A diferencia de la repentina erupción del COVID-19, el cambio climático se asemeja mucho más a la crónica de una muerte lentamente anunciada. Su factor destructivo puede parecer menos vertiginoso y anárquico que el virus que de la noche a la mañana ha dejado a millones desempleados, destruido vidas y enviado a confinamiento incluso hasta a las más venturosas ciudades. Sin embargo, la capacidad destructiva a largo plazo del cambio climático y sus efectos ya en marcha no deben minimizarse.

Caos climático

Como el COVID-19, si no se controla, la devastación del cambio climático se esparcirá a nuestras sociedades, a nuestras economías y a la normalidad de nuestro día a día. De hecho, muchos de estos efectos ya son ampliamente visibles.

La pobreza y el cambio climático

La pandemia ha sido particularmente cruel para los más pobres. Para muchos la decisión pasa entre exponerse al virus o al hambre. El cambio climático promete también golpear fuertemente a quienes menos recursos poseen.

Para el 78% de la población mundial en estado de pobreza, el único medio de sustento es la agricultura. No es un secreto, que el éxito de esta dependa del clima, sobre todo, cuando no se cuenta con la infraestructura, la malla financiera o los seguros disponibles para los agricultores en países desarrollados.

La mayor amenaza climática para la agricultura y quienes subsisten ella son las sequías. Y a pesar de que estas han sido parte natural de la historia, un estudio de la Universidad de Exeter sugiere que el incremento en la temperatura de la superficie oceánica las ha hecho más extremas y duraderas. Adicionalmente, un estudio de la Nasa, sugiere que la sequía que desde 1996 impacta al Levante Mediterráneo (Chipre, Israel, Jordania, Líbano, Siria, Palestina y Turquía) es la más larga en 900 años. “Podemos decir con confianza” – comenta uno de los autores del estudio – “que el cambio climático inducido por los humanos ha contribuido a estos eventos”.

La ONU estima que entre 1998 y el 2017, 1.5 billones de personas fueron afectadas por sequías y se registraron pedidas por 124 billones de dólares en daños. El 83% de estos fueron absorbidos por el sector agricultor.

Como ejemplo del daño que las sequías pueden causar a los más vulnerables, la que en el 2017 afectó a Kenia incrementó el número personas en riesgo de hambruna en el país de 1.3 millones a 2.7 millones, un aumento de más del 200%.

La economía y el cambio climático

Uno de los primeros efectos de la pandemia sobre la economía fue el desconcierto que causó a las cadenas de suministro. Con mucho menos revuelo, el cambio climático también ha ido poco a poco causando sus propios estragos en estos sectores.

Las cadenas de suministro son especialmente afectadas a través del sector marítimo. Ya que muchas arterias del comercio internacional son cuerpos de aguas que se abastecen de lluvia, estas son un punto particularmente susceptible.

Un ejemplo es el canal de Panamá por donde transita aproximadamente el 6% de todos los bienes comerciados entre naciones. El Canal necesita de precipitaciones para abastecer al Lago Gatún, su fuente de agua. En periodos de poca lluvia, el nivel del agua en el lago es menor, lo que provoca que la autoridad del Canal reduzca la profundidad máxima permitida (calado) de las embarcaciones. Tan solo un 1cm menos de calado significa que la carga máxima de un buque se reduce entre 50 y 70 toneladas. La frecuencia de estas reducciones está en aumento. Otro ejemplo, es el Rio Paraná en Argentina, la principal ruta de exportación (particularmente granos) del país. Actualmente, el rio experimenta su menor nivel de agua en 50 años debido a una larga sequía.

Como consecuencia de la disminución de calados se tienen que emplear más buques para mover la misma cantidad de cargamento. Esto reduce los márgenes de las exportadoras e importadoras y a raíz de los crecientes costos del transporte causa un alza en el precio de los bienes.

Acciones y oportunidades

La cuarentena ha sido una medida desesperada tomada en tiempos desesperados. Una preparación adecuada y un sistema de salud dotado para responder rápidamente a una pandemia hubiera permitido a los gobiernos tener acceso a una más amplia gama de recursos para combatir el virus sin la necesidad de cerrar la economía. La idea con el cambio climático es no permitir encontrarnos arrinconados en la misma situación de tener que elegir entre el menor de dos males.

Hay muchas propuestas sobre cómo se puede crear una economía más sustentable. Por ejemplo, muchos economistas sugieren imponer impuestos a la emisión de CO2 y otros gases. Otros sugieren establecer un sistema de mercado de emisiones.  En él, a cada compañía se le asigna una cuota máxima de emisiones, y si alguna desea emitir más allá de su límite, puede comprarle parte su cuota a otra empresa que no haya superado la suya. Estas sugerencias ya están siendo puestas en práctica, como por ejemplo la Unión Europea tiene un mercado de emisiones y la Columbia Británica de Canadá aplica el impuesto.

A pesar de que estas y otras propuestas deben ser seguidas para consolidar el cambio, sorprendentemente ha sido la pandemia la que nos ha brindado una gran oportunidad para mejorar drásticamente nuestros prospectos ambientales. Tras el daño económico causado por las cuarentenas, los gobiernos alrededor del globo invertirán trillones de dólares para estimular las economías. Si una fracción de ese estimulo es enviado a las industrias al frente de la lucha contra el cambio climático, se lograrían grandes progresos. Esto se aprovecharía del hecho de que las tecnologías en energía renovable han progresado significativamente en la última década, además, su costo ha decaído progresivamente. Tal como se puede observar en la imagen, el costo de la mayoría de las energías renovables compite con el de los combustibles fósiles que suele oscilar entre $0.05 y $0.15 por kilovatio hora (kWh).

Mejores, más eficientes y menos costosas tecnologías impulsadas por el apoyo financiero adecuado tienen sin duda alguna la capacidad de transformar drásticamente nuestros modelos de producción de energía para mejor. Dentro de la crisis del COVID-19 debemos arrojarnos ante la oportunidad que ha surgido para hacer de nuestras economías más sustentables.

Un reto global

Hoy vivimos en una economía global, en una sociedad global y en una ecología global. El COVID-19 mostró una flagrante indiferencia por las fronteras, y el cambio climático no será menos. Por lo que es de vital importancia actuar en conjunto, coordinar iniciativas y cooperar en el ámbito científico y económico. La próxima crisis global no esperará a que solucionemos nuestras tensiones políticas, sociales o culturales. Si algo positivo nos puede dejar esta terrible pandemia es la revelación de que hay que actuar como la sociedad global que somos, y que es mejor prepararnos ante posibles crisis que reaccionar a ellas.