Un nuevo mundo se está configurando de forma sostenida. En los últimos 30 años se han puesto de manifiesto capacidades de innovación y desarrollo tecnológico que superan en velocidad y cobertura los cambios que se sucedieron en la primera mitad del siglo XX, ya de por sí avasallantes.  Los polos de desarrollo se han ampliado, es decir, en efecto no son pocos los países que están a la vanguardia, de hecho son muchos, con poco o mucho territorio, con poca o mucha población.

Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia, España, Canadá, entre otros, siguen figurando como centros de desarrollo tecnológico muy poderosos. Sin embargo a la lista habrá que sumarle países tan diversos como Rusia, Finlandia, Noruega, Islandia, China, Irlanda, Turquía, India, Corea del Sur, Vietnam, Australia y, en menor medida pero igualmente significativo, en América Latina países como México, Perú, Chile, Colombia, Brasil y Uruguay están protagonizando avances que los colocan en posición ventajosa de cara al modelo de sociedades conectadas, abiertas y competitivas.

La particularidad de estos fenómenos es que los gobiernos están asignándoles prioridad presupuestaria y base institucional a la educación, a la investigación y el desarrollo, al emprendimiento y a la adecuación tecnológica de sus sistemas productivos. El centro de la política de desarrollo dejó de ser la exportación de materias primas, ahora hay fuertes incentivos para exportar con valor agregado. Los resultados se traducen en más empleos, mejor calidad de vida, diversificación de las economías y creciente movilidad social.

El FMI reporta un 3,6% de crecimiento del PIB mundial para el año 2017. Y proyecta para el 2018 un porcentaje similar. Los países que “halan” este crecimiento, acuerdan políticas fiscales y monetarias que favorecen al comercio internacional y la adaptación a los cambios. Son economías cada vez más integradas y descentralizadas a lo interno y hacia fuera de sus fronteras. Cabe destacar que se observa una clara disposición por adecuar los sistemas productivos a objetivos de desarrollo sustentable, esto es, producir más con menos expoliación de los recursos naturales. Obviamente la intensidad cambia de país en país, de acuerdos a sus necesidades, a la voluntad política  y de acuerdo a cuánto están preparados para hacer la transición.

No deja de ser paradójico que a la par del crecimiento, sigue habiendo un mundo convulsionado. Las perturbaciones sociales, el terrorismo, el fenómeno migratorio, los focos de guerra, la pobreza o la violencia callejera, están a la orden del día. Estos asuntos se están dirimiendo en el orden internacional, aunque son los gobiernos y los ciudadanos los que están intentando resolver los conflictos a lo interno de sus países; unos con mayor y otros con menor civismo. No dejan de ser desafíos u oportunidades para mejorar la convivencia y el bienestar general.

Los datos de la ONU y otras organizaciones que hacen observancia global son alentadores, el mundo hoy está mucho mejor que hace 15 años si se mide por tasa de mortalidad, acceso a servicios, alfabetización, nutrición y salud pública, entre otros indicadores.  En fin, estamos en movimiento y atrás están quedando modelos de sociedad anacrónicos, inviables y nocivos para los propósitos calidad de vida que se plantean empresas, familias e individuos.