Una Lectura desde la Neuroeconomía del Complejo Entramado Psicológico Argentino

La mente humana necesita reglas estables, caminos visibles y claros, de lo contrario los agentes económicos se asustan, se traban, se acobardan y huyen. Huyen a otro país, al dólar, a la economía en negro, al candidato demagógico, pero huyen. Y en Argentina, sus habitantes viven huyendo, aunque todos miran para otro lado.

Los resultados electorales en Argentina resultaron una sorpresa para muchos, ya que no era predecible un triunfo del grupo político que, en el último tramo de su gestión, ejecutó una penosa política económica, junto a una gran malversación de fondos públicos, cuyos resultados aún no han podido ser superados. ¡Sin embargo, volvieron a ganar! Lo ocurrido es la expresión de un comportamiento psicológico colectivo complejo, marcado por la emocionalidad propia del proceso de toma de decisiones, un voto ejercido principalmente desde el cerebro reptil: miedo y huida. 

En Argentina el miedo es permanente, sus habitantes están siempre a la defensiva, y eso que vienen de inmigrantes europeos, donde valentía era lo que sobraba. Todo parece ir mal desde hace décadas. Fracasan «con todo éxito» gobiernos de centro-izquierda, de centro-moderado, y de centro-derecha. La gente y el empresariado local viven envueltos en olas de pesimismo económico interminable, que los lleva a frustar o sub-ejecutar proyectos personales y empresariales, y a vivir siempre con la idea de que «en un país más estable me hubiera ido mejor»

Fracasan las recetas del FMI, fracasan las recomendaciones de los gurúes internacionales, fracasa todo. ¿Será que son un caso especial los argentinos, un caso que nadie entiende del todo bien? Puede ser… el gran Simon Kuznets, economista premio nobel, decía que «hay países desarrollados y subdesarrollados, y también Japón y Argentina»Quizás sea verdad que Argentina sea un caso diferente del resto, pero eso no hace menos culpables a sus ciudadanos de no encontrar su rumbo político.

Los antecedentes recientes

La era de los Kirchner, en su última etapa, estuvo caracterizada por el populismo, la corrupción y el derroche; el discurso de izquierda servía de opio para cooptar veladamente a la ciudadanía con dádivas y subsidios del Estado, mientras la cúpula gobernante se ocupaba de llenar sus cuentas bancarias, con una economía que ya había dejado de crecer. Ante estos hechos, el triunfo de cualquier opción que ofreciera algo diferente, que sembrara la esperanza, reconstrucción y cambio, iba a contar con el apoyo mayoritario de la población: ratificar un gobierno en su fase terminal no era una opción lógica y así Mauricio Macri logró ganar en 2015.

Es así como el cambio que se asumía con el nuevo gobierno estaba sustentado en un alto nivel de expectativas. Era el voto a cambio de recomponer la economía, sin embargo, la realidad es que las promesas no fueron cumplidas en el tiempo que se esperaba y el miedo a que no se vislumbraran mejoras concretas a futuro con Macri hizo que, en una oportunidad de ratificar o cambiar, la gente se decidiera por el cambio, aunque esto implique un retroceso institucional.

Los mercados y el “Miedo a Cristina Kirchner”

Un efecto notable en estas elecciones fue el rol de los mercados para con Argentina. Ya desde 2018, cuando las encuestas no daban un seguro triunfo de Macri sobre Cristina, Wall Street empezó a castigar fuertemente los títulos de deuda argentinos, haciendo crecer notablemente el riesgo país, y con ello las tasas de interés domésticas. Ese problema de expectativas, ese “miedo a Cristina”, paralizó la inversión privada, aumentó el desempleo y empezó a generar devaluaciones de la moneda local, lo que contagió el miedo de los mercados a la gente común, que a la postre terminó hundiendo electoralmente a Macri. Es decir, el miedo a Cristina hizo ganar a Cristina. Parece irracional, pero en un país como Argentina no lo es, es lo normal.

El Cerebro elige Presidente

Si bien creemos que al elegir somos plenamente racionales, estamos plagados de estímulos sesgados, inducidos, que llevan nuestra toma de decisiones hacia una determinada opción. Esto ocurre de manera cotidiana en la economía y constituye la base del marketing de las grandes corporaciones para promover el consumo, pero también sucede con el tema electoral. 

Al igual que con las decisiones de compra, en la decisión electoral entran en juego diversos aspectos donde se busca exacerbar elementos intuitivos, emocionales e instintivos, donde el miedo y la huida son claves. Tal como lo sustenta Daniel Kahneman, el cerebro humano se debate entre lo que interprete el Sistema 1 (experiencias simbólicas inconscientes o creencias analizadas de manera rápida) y el Sistema 2 (la parte analítica y lógica que procesa información de manera racional, que procesa la información mucho más lentamente). Al final, casi siempre gana el Sistema 1, la lógica del marketing político lleva a que la decisión está supeditada a la emoción dominante, al miedo, en especial en el caso argentino.

Los Sesgos Psicológicos del votante argentino

Así como en el proceso de compra, los argentinos tomaron una decisión electoral basada en un marco de referencia particular, un efecto enmarque. Entraron en juego varios sesgos cognitivos o caminos rápidos para decidir, entre ellos:

  • Profecías auto-cumplidas: los mercados financieros sintieron miedo a Cristina, y como el futuro se crea a partir de las expectativas actuales, la economía se frenó. La gente no supo entender este efecto, creyó que todo era culpa de Macri, y lo castigó severamente en las urnas.
  • Aversión a la pérdida: a nadie le gusta anotarse a perdedor. Los argentinos sienten que Macri no está haciendo un buen gobierno, por lo que como electorado, prefieren volver a lo anterior, ante la incertidumbre de que lo actual pueda efectivamente no servir. De manera consciente, pero sesgada, se valoró más lo poco que se tenía con Cristina que lo que se podría conseguir difusamente a futuro con Macri, aunque esto signifique perder calidad institucional.
  • El efecto encuadre: el cerebro saca conclusiones diferentes en función de la manera en que se le presente la información, en este caso, la información económica. Jugar con la forma en que se muestra al electorado los datos sobre inflación, desempleo, tipo de cambio y crecimiento económico, así como las comparaciones de estas cifras en el gobierno anterior tuvo impactos al momento de decidir.
  • Sesgo por el interés personal: gran parte de la gente cree poseer capacidad de análisis superior al promedio. Nos gusta sentirnos parte de ese selecto grupo que siempre tiene la razón. Y es que efectivamente, Macri no ha alcanzado los resultados económicos esperados, por lo que estar en el grupo de los equivocados no genera bienestar personal, por lo tanto profundiza el voto en contra.

El Problema es Político: Se necesitan acuerdos Programáticos

El problema argentino de fondo no es económico, sino político. Nunca sus dirigentes, desde la vuelta de la democracia en 1983, pudieron construir una visión estable del camino a seguir, que convenza a la gente y al empresariado, y que le genere confianza y fe para invertir y consumir en forma creciente y sostenida. Absolutamente todos los casos de éxito internacional han requerido de una visión compartida mantenida en el tiempo. Ese es el eje del fracaso argentino, nunca se tuvo esa visión compartida, siempre se vive en un péndulo.

El 90% de sus votantes es políticamente de centro (con matices), y sin embargo sus políticos no han podido consolidar un acuerdo programático que contenga a toda esa masa de votantes, de al menos diez grandes temas, con status legal, y con un rango moderado de variación de resultados, que se mantenga en el tiempo.

El cerebro humano, incluyendo el argentino, necesita reglas claras, simples y predecibles, para sentirse seguro, feliz, y así prosperar. Argentina necesita acuerdos programáticos compartidos, de al menos diez de los grandes temas económico-sociales, mantenidos en el tiempo, gane quien gane las elecciones cada cuatro años, que den seguridad y estabilidad a los «animal spirits» de inversores y consumidores, para que hagan girar hacia adelante la rueda económica, en forma sustentable, y así abandonar sus típicos ciclos de ilusión y desencanto (mucho más desencanto que ilusión) de los últimos 70 años. Es más, si el probable futuro presidente Alberto Fernández no encara por el lado de estos consensos compartidos, también estará seguramente condenado al fracaso.