El comercio exterior venezolano en las últimas dos décadas profundizó su estructura monoexportadora intensiva en el sector petrolero de acuerdo a datos estadísticos del Banco Central de Venezuela y Trade Map (2018). El 96% de los ingresos externos de Venezuela se obtienen por la venta de petróleo y sus derivados (prodavinci, 2019). Este patrón productivo y comercial ha tenido diversas consecuencias negativas sobre la macroeconomía venezolana dado que, nuestro país al ser dependiente de las materias primas, es vulnerable a los shocks externos producidos por las fluctuaciones de los precios de los recursos primarios.

Esta afirmación se evidencia cuando revisamos la evolución del comportamiento macroeconómico y la tendencia irregular de los ciclos económicos durante los últimos años, bajo períodos de bonanza petrolera que potenciaron un crecimiento económico basado en el consumo interno y las importaciones, pero con ningún impacto sobre la diversificación productiva pese a los esfuerzos realizados entre la década de los setenta y noventa que elevaron la participación de las exportaciones no petroleras (Arellano y Levy, 2013).

La no diversificación exportadora se ha agravado por muchos desaciertos macroeconómicos y comerciales cometidos en los últimos veinte años que han profundizado el rentismo petrolero. La salida del Tratado de los Tres, la denuncia del Pacto Andino, el ingreso irregular al Mercado Común del Sur (fuimos suspendidos en 2017) y la falta de una política coherente de promoción de exportaciones respondió a una estrategia de integración basada en criterios ideológico-políticos que no generó impacto positivo alguno sobre el comercio exterior no petrolero, desplazando a Venezuela de las nuevas tendencias del comercio internacional.

Fuente: Banco Central de Venezuela

A este panorama complejo, debemos añadir el colapso actual de la producción petrolera y la tendencia a la baja (y posterior estabilización por debajo de los 60$) de los precios internacionales del petróleo desde 2015, lo que ha profundizado la recesión de la economía venezolana que cumplirá su sexto año en contracción en 2019. En paralelo a lo descrito, el comercio internacional atraviesa por grandes alteraciones que merecen la pena señalar en este artículo. El cambio tecnológico y el auge del comercio internacional de los servicios basados en el conocimiento, en el marco de la Cuarta Revolución Industrial, desafían las clásicas ventajas comparativas basadas en recursos naturales, puesto que las nuevas relaciones comerciales a escala global priorizan en ámbitos como la innovación, la digitalización y la creación de bienes intensivos en propiedad intelectual.

En este orden de ideas, la consolidación de un dinámico comercio exterior requerirá comprender estos fenómenos para formular una política comercial que promueva el desarrollo de ventajas tecnológicas a través de la promoción y financiamiento de ecosistemas de innovación, plataformas digitales y aceleradoras de emprendimiento. En tal sentido, el objetivo del presente artículo es exponer una serie de consideraciones para promover el debate en torno a la reinserción comercial de nuestro país en el comercio internacional en un contexto de industrias digitales y disrupción tecnológica.

La nueva economía mundial y la necesidad de construir una nueva política comercial

Toda revisión futura del comercio exterior no petrolero venezolano pasa por comprender las nuevas tendencias comerciales para identificar oportunidades y nichos de negocios. Debemos entender que el comercio internacional contemporáneo ha sufrido una serie de transformaciones debido a factores estructurales que han modificado los patrones comerciales, así como los modos en los que se intercambian y comercializan los bienes y servicios. En una primera instancia, la naturaleza de los bienes físicos que se intercambian han cambiado, la proporción de bienes intermedios (piezas y partes) aumentó y representa el 60% del comercio mundial (UNCTAD, 2015).

En una segunda instancia, los servicios adquieren fuerza y representan un peso importante en la economía mundial. De acuerdo al Instituto Mckensey (2019), el comercio de servicios ha crecido 60% más rápido que el comercio de bienes físicos en la última década y representan alrededor del 20% de las exportaciones mundiales según las estadísticas tradicionales (BID, 2018). No obstante, nuevas metodologías desarrolladas por la OMC y la OCDE ofrecen estimaciones que, medido en términos de valor agregado, elevan el peso de los servicios al 45% de los intercambios mundiales superando el comercio de manufacturas.

Este crecimiento se explica como bien señala Mckensey:

“I + D, la ingeniería, las ventas, el marketing, las finanzas y los recursos humanos, en conjunto, permiten que los productos lleguen al mercado. Además, encontramos que los servicios importados están sustituyendo a los servicios nacionales en casi todas las cadenas de valor. En el futuro, la distinción entre bienes y servicios continuará difuminandose a medida que los fabricantes aumenten progresivamente la introducción de nuevos tipos de arrendamiento, suscripción y otros modelos de negocio «como servicio».

Por otro lado, el comercio internacional actual se organiza bajo la fragmentación geográfica de las etapas de producción, también conocidas como Cadenas Globales de Valor (representan el 90% del comercio mundial), donde participan diversos países con distintos niveles de ingreso, dotación de recursos productivos y competitividad. Cada país participante se especializa no en una industria sino en una determinada cadena de producción a través sus ventajas comparativas.

Nos parece importante destacar que las CGV ha cambiado la geografía económica internacional porque ha favorecido la participación de las economías emergentes, que contribuyen a más de la mitad del PIB global (Swiss Institute).

A su vez, desde hace algunos años en los círculos académicos se ha venido discutiendo e investigando los nuevos objetos referentes de la economía mundial. “La economía del conocimiento” es un sector de la economía donde su valor económico no reside en el uso intensivo del capital físico (maquinarias) o en los factores de producción clásicos, sino en la creación, utilización y difusión del conocimiento en las actividades económicas a través del capital humano y las innovaciones tecnológicas, es decir, el factor de producción en la economía del conocimiento es la propiedad intelectual.

La economía del conocimiento agrupa otros sectores como la economía digital y la economía creativa o naranja que se basan en la intangibilidad, la descarbonización, la digitalización de los bienes, el uso intensivo de los datos, la automatización y las innovaciones tecnológicas, con lo cual la naturaleza del comercio mundial está en fase de transformación, es decir, cómo se comercia, los tipos de bienes que se comercian y los países que participan. ¿Cómo ha sido posible? El auge y difusión de las tecnologías de la información y comunicación, como el internet, han disminuido el costo de generar, almacenar y transmitir ideas permitiendo coordinar actividades a distancia que antes requerían presencia física. De acuerdo a datos del Banco Mundial (2018) y UNCTACD (2019), el comercio electrónico y los servicios digitales están cobrando mayor peso en el valor agregado de las exportaciones mundiales gracias a las plataformas e-commerce y el crecimiento de la banda ancha a nivel mundial. Veamos los siguientes datos que sustentan mi afirmación y reflejan como ha crecido la inversión privada en activos intangibles (marca, diseño, software etc.):

Este impulso de los intangibles en el comercio se evidencia con un sector que está ganando impulso: los servicios basados en el conocimiento (SBC) caracterizados por su uso intensivo del capital humano con elevada calificación y tecnologías digitales como la inteligencia artificial, la big data, blockchain y el internet de las cosas. Este sector cobra fuerza en la cadena de valor porque abastece toda la línea de producción que va desde el diseño e investigación del producto hasta el marketing. Entre los servicios de este sector podemos señalar los servicios financieros, servicios audiovisuales, servicios de informática y los servicios profesionales entre los que destacan servicios contables, jurídicos, diseño, publicidad, ingeniería, investigación científica, call center, educación a distancia y telemedicina (BID).

Estos servicios son exportables (knowledge process outsourcing) debido a que el costo de generar, almacenar y transmitir información ha venido disminuyendo gracias a las TIC. La distancia no importa en este sector, una persona puede realizar un diplomado impartido por una institución académica extranjera, una multinacional puede tercerizar los servicios informáticos en otro país para reducir costos y un paciente puede ser operado desde la distancia. Este sector en Argentina genera anualmente alrededor de 6.000 millones de dólares (siendo el tercer rubro de exportación) y provee 440.000 empleos (la Nación, 2019)

Richard Baldwin llama esto la “telemigración”, o la gran convergencia de la economía mundial donde la ventaja comparativa reside en los trabajadores, sus habilidades y capacidad intelectual. Interesante, ¿no?

Cuando revisamos detalladamente algunos datos de Mckensey, nos damos cuenta que los subsectores de los SBC más favorecidos son los servicios corporativos, telecomunicaciones y tecnologías de la información, propiedad intelectual y finanzas. Esta tendencia comercial representa una oportunidad para crear nuevos nichos de negocios en estos sectores, empleos y agregar valor a nuestras exportaciones no petroleras. Sin embargo, esto requiere consolidar una cultura emprendedora que pueda iniciar un proceso dinámico y virtuoso de constitución de nuevas empresas sustentables e innovadoras con capacidad exportable. ¿Cómo lograrlo? Desarrollar una política de Estado y capacitar a la industria venezolana.

Una hoja de ruta comercial

La futura política comercial tiene que ser integral, multidimensional y deberá idear fórmulas para monitorear y aprovechar las oportunidades que ofrece la economía del conocimiento; esto requiere, en mi opinión, una serie de pasos: 1) adaptar las normativas aduaneras existentes para facilitar el comercio no petrolero (arancelarias, para-arancelarias etc.); 2) Disminuir progresivamente el nivel arancelario y demás impuestos para facilitar la importación de bienes de capital, intermedios y tecnológicos necesarios para las pymes; 3) Invertir masivamente y dotar servicios eficientes de infraestructuras básicas como transporte, energía y telecomunicaciones; 4) Identificar y promover nuevos modelos de negocios como los servicios basados en el conocimiento a través de la creación, promoción y financiamiento de clústeres, centros de investigación en las universidades, think tanks y aceleradoras de emprendimientos; 5) Invertir en educación, ciencia y tecnología para desarrollar habilidades en sectores productivos intensivos en conocimiento como la ingeniería y la informática; 6) Proveer un marco institucional favorable para los negocios (proteger derechos de propiedad, disminuir la burocracia para la creación de empresas y simplificar trámites) y un mecanismo de financiamiento y facilidades fiscales para el emprendimiento (startups y pymes); 7) Iniciar un proceso dinámico al mediano y largo plazo de integración económica que le permita a Venezuela suscribir acuerdos comerciales de nueva generación (no limitados a desgravación arancelaria, deben incluir asuntos como propiedad intelectual, protección al medio ambiente y comercio electrónico) para acceder a nuevos nichos de mercados en las cadenas globales de valor;

Igualmente, en un contexto donde los flujos comerciales digitales están aumentando; 8) Es indispensable la inversión en el sector de las telecomunicaciones, puesto que es uno de los sectores de la nueva economía que más beneficios genera. La digitalización de la industria y el comercio desafían los actuales modelos de negocios puesto que la exportación de servicios e intangibles no requieren puertos o barcos para cruzar fronteras; debemos entender esto para avanzar en 9) Una política cambiaria previsible y transparente para evitar la sobrevaluación de la moneda, necesitamos un régimen cambiario que genere incentivos para el exportador no petrolero.

La economía mundial está cambiando y tenemos que adaptarnos

En esta era, las ventajas comparativas basadas en recursos naturales pierden relevancia, con lo cual resulta clave el desarrollo de ventajas tecnológicas que permitan hacer frente a una eventual pérdida de competitividad en los sectores productivos tradicionales donde Venezuela llegó a poseer capacidad exportable. Desde hace algunas décadas, hemos venido escuchando reiteradamente la necesidad de disminuir la dependencia del sector petrolero sin ningún éxito aparente. La severa crisis actual es una oportunidad para retomar las palabras del expresidente Rafael Caldera quien en los setenta afirmó:

Iniciativas interesantes nos animan a esperar buenos frutos para una política de comercio exterior sistemática, inteligentemente orientada a lograr una economía de exportación, mediante la acción de una diplomacia cada vez más consciente de los intereses nacionales y de su propia responsabilidad” (citado por Luis Grisanti).

La re-industrialización y cambio estructural de la economía venezolana deberá realizarse entendiendo los paradigmas de la economía mundial del siglo XXI y la nueva naturaleza del comercio mundial. Ciertamente, el rezago productivo y tecnológico de Venezuela es abismal, sin embargo, es el momento de reflexionar sobre qué proyecto de país y qué modelo de crecimiento y desarrollo económico queremos para el futuro.

La condición petrolera y vocación energética de la economía venezolana no se perderá, no hay duda en que será una industria clave en la construcción de un nuevo país, pero la recuperación de la producción petrolera según los pronósticos más conservadores requerirá miles de millones de dólares (difíciles de conseguir considerando la magnitud de la deuda externa, la precariedad de la economía y el número de inversiones necesarias en el sector)

A su vez, dado los cambios en el mercado petrolero mundial (nuevos actores y mayor oferta) y el creciente uso de las energías renovables en el marco de una transición energética que busca disminuir las emisiones de carbono (concordante con el Acuerdo de París que busca limitar la temperatura mundial a través del uso de energías limpias y no contaminantes que Venezuela suscribió), la demanda de petróleo está mostrando síntomas de desaceleración con lo cual afectará el precio del petróleo y los beneficios esperados actuales y del futuro. En todo caso, los recursos provenientes del petróleo deberían destinarse para financiar ecosistemas de innovación y de emprendimiento que permitan disminuir el peso de los hidrocarburos en la canasta exportable.

Finalmente, y es pertinente destacarlo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) considera la innovación como una herramienta para el desarrollo económico cuando adoptó los 17 objetivos de la Cumbre Desarrollo Sostenible en 2015. El objetivo número 9 es enfático cuando señala en una de sus metas:

“Aumentar la investigación científica y mejorar la capacidad tecnológica de los sectores industriales de todos los países, en particular los países en desarrollo, entre otras cosas fomentando la innovación y aumentando sustancialmente el número de personas que trabajan en el campo de la investigación y el desarrollo por cada millón de personas, así como aumentando los gastos en investigación y desarrollo de los sectores público y privado para 2030” (UNDP, 2015).

Es necesario promover el debate sobre la futura inserción comercial de Venezuela desde un enfoque que considere los nuevos patrones productivos y comerciales globales. Tenemos una oportunidad valiosa para desarrollar una cultura exportadora y emprendedora que permita diversificar la matriz productiva y exportadora para reducir los tiempos de reconstrucción de nuestro producto interno bruto. En realidad, el comercio se está desplazando hacia servicios y bienes intensivos en conocimientos y tecnologías digitales con lo cual se hace indispensable dar un salto hacia la innovación si queremos verdaderamente sentar las bases para un cambio estructural del comercio exterior venezolano, reducir las brechas productivas, aumentar la competitividad y aprovechar las oportunidades comerciales y financieras que ofrece el cambio tecnológico en el marco de la Cuarta Revolución Industrial. De lo contrario, las brechas tecnológicas y productivas con el resto del mundo seguirán aumentando y quedaremos desplazados de la nueva dinámica comercial mundial.