Todos los extremos tienden a tocarse, y Marxismo y Capitalismo no son la excepción. El acceso al capital es la clave.
Vivimos en un mundo posmoderno donde «nada parece ser lo que parece». Ya no quedan ideas absolutas e inapelables en casi ningún campo. El concepto de relatividad ha penetrado, si bien de distintas formas, en Física, Astronomía, Ciencias Naturales, Ciencias Sociales, etc. Inclusive los roles sociales tradicionales de mujeres y hombres se han relativizado, mostrando cada vez más que lo absoluto y extremo no existe, que todo se termina conectando con todo, y evolucionando en algo nuevo, como hoy lo muestra la moderna ciencia de los Sistemas Complejos, y desde siempre la Filosofía China.

Marxismo y Capitalismo no son para nada la excepción, de hecho nunca la fueron, y luego de 200-300 años de lucha dialéctica, hoy se observa con claridad que, si bien por caminos muy distintos, tienden a confluir en un punto clave, el acceso al capital.

Karl Marx, en su clásico libro «El Capital», habla del «fin de la historia» como un estadío/época a la cual llegaría el capitalismo (según él, en su declive final), cuando terminara la lucha de clases por los medios de producción (capitalistas vs trabajadores, la dinámica de la historia), ya que nadie discutiría la propiedad, porque «todo sería de todos», sin violencia, sino en forma voluntaria.

Palabras más, palabras menos, Marx describía la utópica situación donde «todos serían propietarios de todo», buscando un ideal de bienestar sin tensiones materiales, pero malentendiendo gravemente el concepto de productividad, la llave para el crecimiento económico sustentable, y condición sine qua non para distribuir riqueza. Hoy, a principios del siglo XXI, está claro que la productividad de la empresa privada es muy superior a la de la empresa pública, siendo la principal razón por la cual el comunismo ha fracasado en todas sus experiencias reales, al menos en términos económicos.

Sin embargo, hay una visión muy interesante que se deriva del pensamiento de Marx, y que se conecta con los modernos enfoques capitalistas de economía sustentable (Empresas B, etc.): el no ser propietario de nada fastidia al ser humano, lo pone nervioso, lo hace entrar en la lógica mental de la lucha de clases (proletario vs capitalista), lo saca del foco de sus proyectos personales de auto-realización, al hacerlo hundir en el fango de la lucha permanente por un techo, un emprendimiento para trabajar, credenciales de educación de calidad, entre otros títulos de propiedad deseados para alcanzar su propio equilibrio neuropsicológico interior, también llamado bienestar personal. El capitalismo moderno hoy se pregunta cómo hacer un mundo de empresas privadas con gente más feliz. Es el tema de muchos foros y congresos actuales.

El punto es que las visiones políticas occidentales, los consensos, desde J.M.Keynes en adelante, hacen foco principalmente en igualar condiciones de inicio vía subsidios a los más desfavorecidos, que en algunos casos han funcionado como progresismo social, pero en muchos otros han terminado creando una comunidad de adictos a «subsidios a la pobreza», un verdadero círculo vicioso, pero muy conveniente electoralmente, siendo América Latina, entre otros, un ejemplo elocuente.

Sin embargo, los modernos enfoques de Economía del Bienestar y Economía de la Felicidad, respaldados en Neurociencia Cognitiva, entre otros campos emergentes, hoy muestran con cierta claridad que la gente necesita ser propietaria, tener bienes de capital, entre otras cuestiones básicas, para poder aspirar a un bienestar interior sustentable, y que además fortalezca los lazos comunitarios, generando un verdadero equilibrio neuro-social, que permita comunidades de bienestar a largo plazo, sustentables, alejadas de las tensiones neuropsicológicas interiores de no poseer nada, a presente y a futuro.Pero las políticas públicas en el mundo en desarrollo están lejos de satisfacer este objetivo. Muy lejos!! Los déficits habitacionales son gigantescos, hay hacinamiento, suburbanismo, alquileres muy elevados en proporción a los salarios, y eso que el keynesianismo ha sido generoso en el fomento intelectual de los subsidios. Urge pasar del subsidio a la pobreza tradicional a la visión del «derecho constitucional al acceso al capital», vía créditos a muy largo plazo, inclusive intergeneracionales, que fomenten un mundo de familias y pequeñas comunidades con capital propio, y/o cajas de crédito comunitarias sin garantía tradicional, tan solo de confianza. Es decir, la visión de un mundo con todas las familias con capital, como en la visión marxista, pero de capital privado, o privado-comunitario, que es el único que garantiza la productividad.

Cada familia (o pequeña comunidad organizada, por lazos de amistad o vecindad), sin capital propio, de los países en desarrollo, debería, por el solo hecho de existir, tener el derecho constitucional a un crédito de por vida para alguna de las siguientes opciones: 
  • viviendas/loteos familiares,
  • capital físico para emprendimientos (correctamente formulado y evaluado),
  • educación de calidad, en sus 3 niveles, para los hijos.
En Argentina, por ejemplo, estaríamos hablando de unas 4 millones de familias, o sea un 40% aproximadamente del total, que no son poseedoras de ningún tipo de capital: ni educación de calidad, ni vivienda propia, ni capital físico para emprender en forma cuentapropista. Estaríamos hablando de créditos blandos de entre u$s 10.000 y u$s 50.000 por familia (según opción a elegir), a devolver de por vida, inclusive con la posibilidad de ser créditos intergeneracionales, es decir, pagaderos a 100 años o más. El fondo de financiamiento necesario para tal visión es elevado en monto, sin dudas, pero se puede encarar de forma gradual, pero constante en el tiempo, y con ayuda de organismos multilaterales de crédito.

Es más, estas pequeñas comunidades organizadas, podrían generar cuasi-monedas propias (de forma ordenada), para financiar sus giros económicos. No olvidemos que el valor de las monedas es básicamente confianza y fe, y estas pequeñas comunidades organizadas podrían generarla, sin dudas. También, y en algo que es no menor, pequeñas comunidades de familias con capital, pujantes, son menos propensas a la droga y la delincuencia, dos de los flagelos más corrosivos que se ven en las injustas sociedades actuales.

En síntesis
Hay que hacer un esfuerzo para pasar de la visión del «subsidio a la pobreza» a la visión del «derecho al acceso al capital», ya sea para familias o micro-comunidades organizadas, en especial vivienda, capital físico para emprendedorismo y educación de calidad, si realmente queremos construir «estados de bienestar» en serio, y no, como ahora, «sociedades angustiadas y en desasosiego permanente», condenadas al subsidio electoralista, y con gente trabajando solo para pagar un alquiler de su casa y comer, sin sueños reales de progreso. Así es muy difícil ser feliz en este mundo.