Un Estado totalitario necesita de personas débiles y atomizadas, aisladas económica y socialmente, incapaces de establecer una familia, de hacer una vida independiente y ser totalmente autosuficientes. Requiere de una sociedad sometida, preocupada por lo inmediato, ocupada en cubrir necesidades extremadamente básicas. El tiempo de ocio, base de la reflexión, juega en contra de las pretensiones totalitarias, así como la cultura, el arte y cualquier manifestación de libertad humana. Las tuercas y tornillos de la maquina totalitaria son personas aisladas. Y para reducirnos a eso deben cortarnos toda forma eficiente de comunicación y entendimiento. Poner fin a la libre expresión, la comunicación política y todo medio de trasmisión de información económica. Para el totalitarismo la atomización es vital, y la forma de lograrlo es siempre paulatina.

La destrucción del dinero por medio de políticas inflacionarias distorsiona toda cooperación e imposibilita planes económicos a través del tiempo. Las personas son víctimas de una pérdida de su poder adquisitivo, esto quiere decir que con la misma cantidad de trabajo y esfuerzo pueden acceder a una menor cantidad de bienes. Primero se empieza por prescindir de lo menos importante, hasta que todo comienza a parecer un lujo. Eventualmente se abandonan proyectos de mediano y largo plazo: la educación, la preparación técnica, la posibilidad de adquirir una vivienda o de sustituir la vestimenta. Los planes futuros comienzan a ser difusos, imprecisos, y esto conlleva a que la toma de decisiones sea cada vez más incierta y costosa: aparece la procastinación como fenómeno generalizado.

Cuando no existe capacidad de ahorro, los fines previstos en el largo plazo comienzan a ser abandonados. El crecimiento personal es más difícil de alcanzar, y ante un poder adquisitivo en decadencia, las personas comienzan a preocuparse por lo inmediato. La templanza como cualidad ética comienza a ser destruida, pues se generan incentivos para que los individuos se reduzcan a la inmediatez, a la sencilla fórmula de salir del dinero antes de que valga menos. Esta situación no permite la autorrealización, por lo tanto, la dependencia es cada vez mayor y la padecen con gran fuerza las nuevas generaciones. Adultos viviendo con sus padres, sin metas, sin planes de matrimonio, imposibilitados para crear proyecciones ante un poder adquisitivo con fecha corta de vencimiento.

Luego de establecer una política destructiva del poder adquisitivo, se establecen controles de precios que, junto con la inflación, generan escasez y desabastecimiento. Los individuos comienzan a enfrentarse a dos problemas que impiden el acceso a los bienes y servicios: un poder adquisitivo en decadencia ligado con una escasez generalizada. Esta situación genera la renuncia del tiempo y la disposición que antes se tenía para realizar otras actividades. Ahora conseguir bienes esenciales es una tarea laboriosa, no hay espacio para el ocio y el esparcimiento, tampoco para la educación y la reflexión. Los individuos se someten a la búsqueda interminable de lo que apenas existe, sometidos a colas de larga duración para adquirir un producto, además racionalizado.

El proceso atomizador no acaba aquí, pues el límite es la miseria humana; la delincuencia se convierte en una política de Estado, promovida a través de la impunidad y la ausencia de seguridad ciudadana. El sentido de propiedad se va perdiendo con el tiempo, se establece un toque de queda implícito por temor a perder propiedades e incluso la vida. El ocaso se convierte en una advertencia de peligro, incentivando a las personas a una permanencia inquietante en unos hogares sin futuro. Es una política que tiene como fin causar temor por medio de la agresión.

Personas sin poder de compra, sin tiempo, sin seguridad y encerradas en sus ahora tristes hogares, buscan medios de comunicación y expresión para saciar la incertidumbre que genera la situación, pero se ven imposibilitadas con restricciones, censura e información difusa. Desaparece la prensa libre, se bloquea el acceso a medios de información y se establece la propagación de zozobra a través de anuncios que generan más confusión. La información deja de ser creíble: muchas interpretaciones, nada más.

Los esfuerzos para la asociación política y la promoción de un cambio son catalogados por el totalitarismo como traición a la patria. La persecución política y la reprensión se convierten en políticas públicas, y se exhiben como señal de amenaza. Cualquier acto de valentía ante esta situación es arropada por medio de la fuerza, eliminando toda posibilidad de esperanza.

Todo lo anterior se desarrolla en paralelo con un proceso de destrucción de la propiedad privada y apropiación por parte del Estado del aparato productivo; las fallas de los servicios básicos se convierten en cotidianidad, los accidentes, la negligencia, el deterioro y la depreciación absoluta de lo que alguna vez se consideró capital.

El resultado es totalmente evidente: individuos sin poder de compra, sin planes, reducidos a lo inmediato, a sus necesidades más básica, sin tiempo, sin comunicación, sin asociación política, sometidos día a día a una vivienda a oscuras, sin agua, y resignados a aceptar todo aquello que el Estado totalitario plantee como solución, sea en forma de cajas, bonos o planes de recuperación que solo buscan seguir reduciendo al ser humano a la mayor miseria posible.