Los venezolanos estamos experimentando un fenómeno superado en el resto del mundo, siendo el caso más reciente el de Zimbabwe. La hiperinflación se da como materia vista en la mayoría de las escuelas de economía. Más bien los grandes debates entre economistas incluye las bajas tasas de inflación como un indicador de comportamiento estable y sostenible en prácticamente todo el mundo desde hace poco más de 25 años, en promedio, y todo indica que así será por un largo trecho, lo cual plantea otros desafíos de estudio, políticas y decisiones institucionales, comerciales, nacionales y supranacionales.

Lo que se observa en la calle es que la hiperinflación ha igualado al venezolano. Por ejemplo, las clases sociales no se distinguen en los sitios de consumo. Hay gente de muy bajos recursos haciendo colas en supermercados o en centros comerciales del este de Caracas y hay gente del este de Caracas buscando ofertas en zonas o mercados populares. Lo mismo sucede en el interior del país, donde la situación de escasez es aún más dramática y no respeta antiguos status o capacidad adquisitiva.

El mercado negro que surge a la sombra de la creciente inflación es, sin duda, el canal de comercialización que más ha crecido en los últimos años. Todos tenemos el contacto de algún conocido que ofrece a precio de bachaquero cualquier producto regulado o de algún bien que simplemente desapareció de los anaqueles. Tenemos quien nos consigue la harina pan, el del azúcar, el huevo, el aceite, el queso, la carne, la caja clap, el papel higiénico, el caucho, la batería, el medicamento, etcétera. Considere aquí el creciente mercado de venta de cachivaches y productos usados, algo relativamente novedoso para el snobista –pantallero- consumidor venezolano. En este sentido las redes sociales se constituyen en catalizador de marketing informal.

Hasta hace poco menos de dos años, las redes se inundaban de gente que ofrecía a precios regulados carros y electrodomésticos chinos y, en menor medida, de otras marcas, donde había que anotarse en listas y pagar vacunas a veces superiores al precio de compra. La cantidad de estafas sucedidas se pierden de vista, pero no pocos se aprovecharon de tal golilla, casi siempre administrada por jefes y subalternos militares.

Cuando se trata de hiperinflación el margen para especular con los precios es muy amplio y crece el porcentaje de operaciones que se hacen en divisa extranjera. A la variable precio del dólar paralelo se le suma un porcentaje adicional que puede o no ser caprichoso porque está sujeto a la posibilidad real que tiene el proveedor de reponer inventarios y que esta reposición no implique sacrificar el margen de ganancia, que es lo que normalmente pasa. Entonces el consumidor que «sabanea» puede que encuentre precios dispares entre un local y otro, pero siempre le pasa que el día siguiente los precios cambian. Se ha impuesto la enfermiza psicología de comprar hoy, rápido, lo que sea y en las cantidades que se pueda.

La hiperinflación implosiona el presupuesto familiar, produce el quiebre de industrias, comercios y servicios, resquebraja el valor del trabajo y junto con la desdibujamiento del signo monetario, por la desquiciante y compulsiva impresión de dinero inorgánico, hace que los activos se deprecien, nutre a grupos mafiosos y que cuanta cosa se pueda o quiera consumir sea un verdadero lujo, como comer un perro caliente en la calle o tomarse un par de cervezas en un modesto restaurant chino.

En este periodo las aspiraciones están coartadas. La mayor aspiración de individuos y organizaciones es la de sobrevivir. Aguantar la tormenta. Sin embargo, en el camino las historias de abandono, cierre, éxodo desesperado o muerte son parte del paisaje y del día a día.

Como la crisis es sistémica la escalada inflacionaria dispara o influye en otros indicadores ya de por sí preocupantes: violencia, deserción escolar, asaltos, desnutrición, colapso de servicios públicos. Es un panorama desolador.

Pese a todo hay lecciones que tomar en cuenta. Se ve el vaso medio vacío y medio lleno. Esta historia expuso la farsa de país rico, que de hecho no somos por lo que tenemos si no lo que hemos hecho con lo que tenemos. Que el modelo socialista aplicado es el más opresivo, castrante y expoliador. Que no es guerra económica, es un Estado pésima y delincuencialmente administrado. Que de esta tragedia se sale con trabajo y conocimiento aplicado. Que en el ciclo post-hiperinflación nadie sobra y todos contamos, siempre que haya disposición y disciplina para construir un país que se inserta tarde y maltrecho al siglo XXI.