En su obra “Viaje al Centro de la Tierra”, el escritor francés contaba cómo, usando las instrucciones de un documento, una expedición se proponía llegar al centro de la tierra. Veía Verne al planeta bajo un concepto de tierra hueca, en la que entrando por un volcán hallaron de todo en el interior; mares, criaturas, bosques peculiares y relámpagos. Pues valga este preámbulo para que, entrando por este volcán que la Asamblea Nacional Constituyente representa, nos embarquemos en una expedición al centro de la crisis.

Llegando al borde del volcán, podemos percibir esos vapores de azufre que la pérdida de poder adquisitivo va provocando, pérdida asociada a una moneda debilitada incapaz de cumplir sus funciones como medio de pago, guarda de valor y hasta unidad de cuenta. Es decir, tenemos un bolívar que ya no nos sirve para pagar la compra más mínima pues por un lado, el cono monetario quedo tan rezagado con respecto a los precios que necesitamos un saco de billetes solo para pagar un café, y por otro, nadie quiere guardar pues en un mes en lugar de un saco necesitaremos dos.

Como nuestra moneda ya no nos sirve y este viaje apenas comienza, nos vamos a las divisas tratando de refugiar nuestros ahorros, si es que tenemos, tratando de tener un medio de cuenta estable que no necesite reajustes cada mes, y ahora en ausencia de otros billetes, también como medio de pago. Este escenario crea presiones sobre un mercado ya distorsionado por controles, opacidad y corrupción lo que termina por elevar la cotización de las divisas en ese paralelo que no debe ser nombrado, pero que esa página que lo nombra lo mide y lo valora (aun de forma imprecisa) termina por influenciar los precios de los bienes y servicios que adquirimos a diario, siendo estos o sus materias primas la mayoría importados. Creando así escasez en la medida en que no hay divisas para importar lo necesario, y elevación de precios ya que lo que se importa no puede ser pagado por la mayoría  de los ciudadanos con sus mínimos salarios mínimos. Nos caemos así en el laberinto de la pobreza, desnutrición, desigualdad y demás dramas sociales, que solo son el reflejo de instituciones, entendidas como reglas de juego, destruidas, pues el ciudadano se enfrenta a una realidad incierta respecto a las posibilidades de cubrir sus necesidades básicas para la supervivencia, sin reglas claras, visibles y sin nadie con voluntad y autoridad para establecerlas.

Todo este escenario que se produce en la troposfera de nuestro “Planeta Venezuela” está rodeado por una estratosfera en la que los precios petroleros siguen en caída, las relaciones con el resto del sistema están tensas, el juego de la geopolítica del petróleo ha cambiado sus fichas, las sanciones merman el oxígeno de la deuda, las reservas y los ingresos del gobierno y este cada día está más presionado por los grupos internos que reclaman reivindicaciones. Es decir una atmosfera enrarecida por los gases de crisis que suben desde la superficie y las energías y presiones que vienen del exterior. Llegó la hora de bajar a la litosfera, ahí donde se sustentan los fenómenos que explican la realidad que experimentamos.

En primer lugar nos encontramos con un sector productivo privado dominado por oligopolios, atraso tecnológico, altamente regulado tanto en procesos productivos como en precios, debilidad jurídica en contratos y protección de la propiedad, dependiente de materias primas y tecnología importadas, con escasa agregación de valor en la mayoría de los rubros, lo que ha traído una creciente desinversión dado los altos riesgos que todo esto implica para el capital y que amarra una merma de la producción a niveles mínimos de la capacidad instalada, es decir, hiberna para no morir. Completando el cuadro, sujetos a constantes incrementos salariales con inamovilidad laboral, que progresivamente profundiza la brecha entre la productividad del trabajo y el costo de su remuneración, siendo una pesada carga especialmente para las PYMES que representan la mayoría de los emprendimientos del país, dejando el espacio solo para el fortalecimiento y afianzamiento de los oligopolios ya existentes y los que surgen avalados por las distorsiones. El resultado de esto: un sector privado incapaz de producir bienes y servicios de calidad, variedad y precio adecuado a las demandas de la gente.

La respuesta del Estado es, por un lado, cubrir las fallas de mercado con importaciones mientras los ingresos se lo permiten, para ello se reserva un tipo de cambio muy sobrevaluado que no solo resta competitividad a los productos locales, sino que además genera toda una red de corrupción alrededor de tales asignaciones de divisas preferenciales. Por otro lado estatiza gran cantidad y variedad de empresas productoras de bienes y servicios, aumentando la burocracia, trasladando costos, subsidiando productos, y sin alcanzar los objetivos de producción para los que inicialmente fueron estatizadas.

Estado y sector privado, dos capas que se encuentran de frente provocando ese movimiento telúrico permanente de los precios, hay menos productos en oferta y más dinero circulando. Un choque tectónico que alcanza ya, niveles cercanos al 1000% anual. Una cifra dramática para quien busca estabilizar la economía del país.

La expedición nos lanza de golpe al núcleo externo del caótico planeta que tratamos de hacer habitable. Aquí conviven una triada Estado- Fuerza- Poder Económico, que en la mayoría de los países funciona en un difícil equilibrio en donde el Estado monopoliza la fuerza y los ciudadanos el poder económico. Bailan una danza obligatoria del acuerdo para la gobernabilidad, no tanto por la altruista búsqueda del bien común, sino porque los ciudadanos requieren la protección de la fuerza, y el Estado requiere a los ciudadanos, o mejor dicho, a los impuestos que estos pagan, para poder funcionar

Ahora bien, Venezuela tiene en el Estado, el monopolio de la fuerza, pero también el económico, pues la actividad petrolera se reserva exclusivamente para este. De modo que no es necesario acuerdos con el ciudadano, no bailamos la misma música, por lo tanto para lo único que el ciudadano le es útil al sistema es para acceder al poder, porque por ahora, la Constitución dice que la ruta para llegar hasta ahí es electoral. Esta condición ha provocado una clase política con un fuerte vicio populista-clientelar, cuya oferta, no importa el color, es acercar a los suyos a la fuente del reparto de renta, y el ciudadano, sabiéndose útil solo para votar cotiza su voto en términos de beneficios de ese reparto, inscribiéndose en este juego de renta y reclamo, conducta que ha calado en todos los canales de nuestra sociedad, que no termina de hacer efectivo su papel protagónico que solo es tal en los actos electorales.

Así llegamos al núcleo de la crisis. Un modelo rentista petrolero, que aplasta a todos los demás sectores, pero que además modifica todas las escalas de nuestras relaciones sociales y por supuesto todas las instituciones. Un modelo rentista que con cada hora de trabajo en producir un barril de petróleo es capaz de comprar 4 horas o más de trabajo en producir los bienes y servicios que importamos del resto del mundo, según cálculos que realizara Bernard Mommer en los años 80. Es decir que para nosotros, importar es más barato que producir cualquier cosa distinta al petróleo, pero además esta capacidad de importar es una exclusividad del Estado en primera instancia, lo que afianza su poder extraordinario. No es una exclusividad de este gobierno, hemos transitado varias modalidades de reparto con una serie de elementos comunes, entre ellos: la búsqueda clientelar de apoyo político dentro y fuera del país; la consolidación de una enorme desigualdad en donde pocos privilegiados gozan de información, oportunidades y niveles de vida muy por encima de la población promedio y quienes en aras de garantizar esos privilegios, buscan institucionalizar la pirámide de reparto que además abre más sus brechas con los ciclos del mercado petrolero. Todo este devenir resulta en un “calentamiento” extremo del resto de los ciudadanos que eventualmente se hace efervescente y estalla como ha ocurrido previamente, afianzando la cultura de que para superar las crisis del país las salidas son necesariamente estallidos sociales violentos. La violencia es inherente a una crisis de reparto y en tanto no se supere el modelo serán recurrentes  en cuanto exista un grupo que queda fuera de los privilegios.

El rentismo nos garantiza una eterna pugna política entre quienes reciben más y reciben menos; arbitrariedad en la política económica y sus prioridades; irrespeto a la propiedad y a la actividad autónoma sea esta de producción, intelectual o comercial; centralización extrema del poder que es lo que sostiene jerarquías y autoritarismo de quienes administran este poder.

Si buscamos un enemigo no está de frente a otro venezolano, ni siquiera frente al extranjero… ¡es el modelo compadre!