El próximo 3 de noviembre se estarán celebrando las elecciones presidenciales en la primera potencia del planeta. Sin muchas sorpresas, los partidos tradicionales: demócratas y republicanos, están dando la pelea en una campaña enmarcada en una pandemia y llena de infinidad de insultos, desprestigio y acusaciones de lado y lado. Nada fuera de lo común en lo que respecta a procesos electorales, lo transcendental en este caso es que se trata de un resultado cuyas consecuencias tendrán, impactos para el resto de los países.

Sin entrar en detalles acerca del funcionamiento del sistema electoral estadounidense, al ciudadano que participa en el proceso de votación, se le presenta una disyuntiva, una opción que debe elegir. Como todas las decisiones de los seres humanos, el ejercicio del voto también está dentro de ese 95% de irracionalidad, aunque, muchas veces pensamos (o nos autoconvencemos) que hemos analizado concienzudamente lo que vamos a hacer, que hemos tomado la decisión correcta.

¿Correcta para quién?

Cuando se estudia el proceso de toma de decisiones nos encontramos que todos, sin excepción, aunque con variaciones de intensidad, caemos en interpretaciones erróneas basadas en la información que tenemos a la mano al momento, en este caso, de votar por una u otra opción.

En realidad, no hay opción correcta o incorrecta. Todo va a depender de los sesgos cognitivos, esos atajos que utiliza nuestro cerebro para tomar decisiones de forma más rápida y que distorsionan la realidad. Lo que impulsa la decisión es la emoción pero ésta pasa por el tamiz de los sesgos cognitivos con lo cual la calidad del resultado puede no estar tan acorde como pensamos.

Daniel Kahneman, psicólogo y Premio Nobel de Economía lo explica muy bien: los sesgos pueden ser eficientes, siempre y cuando “se lleguen a conclusiones correctas y con el mínimo de costos que puedan ser aceptados”. Esto implica que a menor información disponible al momento de tomar la decisión, esos costos aumentan pues las probabilidades de cometer errores son mayores.

El gran problema con los sesgos cognitivos, es que siempre están haciéndose presentes en nuestro proceso diario de toma de decisiones, sin que nosotros nos demos cuenta siquiera, por lo que resulta muy complicado controlarlos o minimizarlos. Mientras más apurados estemos al momento de decidir, mayor probabilidad que los sesgos hagan lo que saben hacer.

Entonces, para medir si una decisión ha sido o no correcta, hay que estar consciente de los efectos y errores. Y eso, aunque no es imposible, tampoco es lo común, por eso, en nuestra percepción, las decisiones que tomamos son correctas, pues, no tendría sentido que siempre eligiéramos opciones erradas. Y esto aplica tanto para la economía, como para las relaciones y también, para votar por un candidato en particular en un proceso electoral.

Sesgos Cognitivos vs. Emociones

Contextualizando lo que significa una votación presidencial, entra en juego un factor que va a determinar emociones presentes: ser parte de la manada. Y en este caso, de la manada mayoritaria, nos encanta pertenecer al equipo ganador, esto activa nuestro Sistema de Recompensa Cerebral por medio de la segregación de serotonina y dopamina. No queremos perder.

Pero también entrarán en la decisión algunos sesgos cognitivos, posiblemente más de 20, aunque nos referiremos solo a cuatro:

Efecto Halo y Efecto Diablo

Estos dos sesgos en los que se subdivide el efecto Goggle son manejados con la exactitud de un bisturí por parte de los comandos de campaña de los candidatos presidenciales. En el caso del Efecto Halo, se trata de hacer visible en el candidato al que se apoya, un aspecto positivo, que se generalice a esa persona para que conecte emocionalmente con su electorado. Lo mismo, con el Efecto Diablo, pero considerando alguna característica negativa. Por eso es que vemos que cuando una actriz o influencer expresa sus preferencias electorales, de inmediato eso se traslada en un aumento (o disminución) de votos para el candidato. Esos apoyos, en su mayoría, ni son espontáneos, ni gratuitos.

Sesgo de correlación ilusoria

Este sesgo se manifiesta cuando asumimos que dos variables están relacionadas, aunque no existan datos que lo demuestren tiene mucho que ver con los llamados “estereotipos”, los prejuicios: si un candidato ofrece un beneficio a los empresarios que tenga que ver con los impuestos, entonces se cataloga como de “derecha” y si hace lo contrario, entonces es “de izquierda” sin analizar a fondo la verdad de esa percepción. Este sesgo es tan marcado, que incluso si el candidato lleva corbata o no, ya nuestro cerebro saca unas conclusiones que no tienen, en la praxis, ningún sentido lógico y que nos lleva a decidir en función de eso: de una corbata.

Efecto Forer o falacia de la validación personal

Este es el sesgo que se nos activa cuando leemos los horóscopos. El discurso de los candidatos suele estar dirigido (muy hábilmente) a ciudadanos honestos, trabajadores, que buscan superarse, que quieren progresar y prosperar, que deploran a los corruptos… Lo cual, en realidad, es lo queremos todos. Entonces, la presencia de este sesgo, nos conecta con ese candidato, pues asumimos que tenemos todas esas cualidades, las damos por sentadas, cuando en realidad son descripciones vagas, genéricas y por supuesto, no somos corruptos, malos trabajadores o deplorables padres de familia. Escuchamos y vemos las generalidades que quisiéramos tener, entonces por eso nos las presentan en discursos y slogans.

Sesgo de correspondencia

Este sesgo nos lleva a la conclusión (errada) que la decisión de voto que estamos haciendo es porque nosotros estamos muy bien informados, porque somos profesionales, cultos, estudiosos, simplemente: sabemos mucho y por eso es que estamos votando por el mejor. El resto de personas que no coinciden con nuestra decisión, lo hacen porque ignoran toda nuestra valiosa y fundamentada investigación, están equivocados. Nosotros suponemos que eligen al otro candidato porque no saben. Por eso es que intentamos (infructuosamente) de convencerlos y viceversa. He allí la razón por la cual es inútil convencer a alguien que cambie de decisión de voto.

En conclusión, todos estos sesgos y los que no se incluyen aquí (aproximadamente 166), sumados a la emocionalidad propia de estos eventos donde se potencia el sentido de pertenencia, son los que en realidad van a elegir al Presidente de los Estados Unidos de América.

Pero esto puede ser perfectamente “guiado”. Los especialistas en neuromarketing político, saben cómo diseñar un candidato, mercadearlo, cómo conectarlo y cómo venderlo. Si los políticos también son un producto.

Quienes diseñan las campañas también saben de nuestra tendencia irracional al tomar decisiones.

¿Podemos estar seguros que va a ganar el mejor?