En días recientes, el presidente anunció en cadena nacional, y con el humor de quien despierta de una noche de locura, noche que ya alcanza 18 años, que deben refinanciarse y restructurarse todos los pagos externos del país aunque honrará el pago correspondiente a los Bonos de PDVSA próximos a vencer por el orden de 1.121 millones de dólares, así que imagine usted el tamaño de esa resaca.

Así como en el amanecer del día siguiente, el organismo poco a poco va recobrando sus funciones. Aturdido, contaminado, sin plena consciencia aun de qué fue exactamente la mezcla que lo llevó hasta ahí y qué fue lo que estuvo haciendo para acabar con un malestar tremendo que no lo deja reaccionar y que lo tiene sensible al entorno.

La realidad va apareciendo, la memoria vuelve por destellos. La inflación, en forma de dolor de pies insoportable, no nos deja levantarnos, viene a recordarnos que bailamos toda la noche, esa larga noche de la revolución, sobre los límites de la restricción presupuestaria, nos pegamos al gasto público y no lo soltamos en toda la fiesta. Bailamos salsa, merengue, lambada, cumbia, reggaetón del viejo, del nuevo y cuando la cosa estuvo en su tope hasta un twerking hicimos con él.

Dicen los que ahí estaban, que cuando se enfriaba la fiesta llegó China y empezó a mezclar. La fiesta no se detuvo, llegaron a la pista las transferencias del Estado, siempre llamativas, compañeras fieles del populismo, y el clientelismo con la corrupción inseparables, dieron catedra de baile al ritmo del Gangnam Style que el Fondo Chino hacía sonar.

Para aderezar la fiesta Rusia e Irán trajeron las sustancias, entre polvo de oro y de coltán, carros y lujos el dinero seguía fluyendo y en medio del éxtasis de la bonanza las oportunidades de conquista no se hicieron esperar. Así llegaron las emisiones de bonos, inofensivas en apariencia, sumisas ante el gran poder de pago nuestro y de nuestros amigos, seductoras, convincentes y con ellas nos fuimos del lugar. Eran muchas, de todos los colores, formas y tamaños, de muchas nacionalidades, todas las que podíamos pagar, y si no nosotros, nuestros buenos amigos de farra, dispuestos siempre a colaborar. A fin de cuentas ellos administran gran parte de ese negocio, y los BRICS tienen siempre un buen acuerdo para sus amigos VIP.

Y aquí estamos ahora, sintiendo un peso encima que no nos deja movernos bien, buscando qué lo produce empezamos a mirar a los lados y ahí están, las emisiones amontonadas, salpicadas de brillo, con sus extremidades por todo el lugar, presionando nuestro sistema, cortando la respiración y nos preguntamos: ¿de dónde salieron tantas? ¿Quiénes son? ¿Cómo se amontonaron así? Otra vez un golpe de realidad. ¡Necesitamos una pastilla del día siguiente! porque lo menos que necesitamos a esta altura es que se reproduzcan, y así al grito de restructuración acudimos a la pastilla de emergencia.

El problema con esta pastilla es que en primer lugar, mientras más tiempo demore en ser tomada menos posibilidades de efectividad tiene. Si el refinanciamiento busca evitar caer en default, y siendo un proceso que incluye necesariamente una negociación, debe hacerse lo antes posible para evitar que crezcan las expectativas de impago que dificulten tales negociaciones. En segundo lugar, tal como hemos manejado la economía hasta ahora, la pastilla esta escasa, no es cosa fácil de conseguir y como quienes la tienen saben que la estamos buscando y la necesitamos con urgencia, el precio que tendremos que pagar para conseguirla será bastante alto.

Como si fuera poco, la pastilla viene a sumar más químicos a nuestro ya congestionado sistema, provocando que la resequedad de divisas que nos tiene el aparato productivo deshidratado se haga más profunda, pues los dólares que ingresan se encuentran cada vez más comprometidos en pagos de deuda y su servicio es cada vez más alto.

Con todo esto la resaca debe combatirse y se combate por vía de tomar consciencia. Todos fuimos a esta fiesta, de uno o de otro modo. Sea porque estuvimos ahí bailando con el gasto, saliendo con el cupo, recibiendo propinas, vendiendo o comprando lo que no debíamos, o simplemente dejando que la fiesta se diera sin acudir a las instituciones creadas para interrumpirla. Hoy queda aguantar el ratón y como digno parrandero que se respete exclamar ¡yo no vuelvo a tomar!… Pero, por favor, que esta vez sea verdad.