Pensar en la reconstrucción de un país devastado por una ideología macabra como el comunismo en su versión ligth: el socialismo del siglo XXI pudiera ser un sinsentido, porque el desgaste emocional ha sido tal que a veces se siente que esto no va a terminar nunca. Sin embargo, indefectiblemente y por ley de vida, es algo que llegará en algún momento y para lo cual hay que prepararse, es necesario pensar en el día después.

Sin entrar en detalles en el cómo y en el cuándo, porque no lo sabemos, es necesario tener un plan, una hoja de ruta, un “por aquí es la cosa”. Se requiere que los líderes políticos, tan del momento, tan circunstanciales y a veces improvisados tengan claro por dónde se deben comenzar a juntar las piezas de lo que alguna vez fue un país y ahora ha sido reducido a unos escombros, unos pedazos sin forma ni color que abarcan lo económico, lo social y lo institucional.

Un aporte interesante y novedoso lo trae una rama de la ciencia económica que se denomina la Economía de la Felicidad y que plantea la formulación de las políticas públicas desde otra óptica para que las mismas se dirijan hacia el logro de este objetivo humano fundamental y así también, dar cumplimiento a la resolución de Naciones Unidas del año 2011 en la cual sus países miembros por unanimidad se comprometieron a propiciar en sus ciudadanos esta compleja misión.

Para implementar el cambio de paradigma es necesario entender que la felicidad se puede medir, que es cuantificable, pero para ello se debe realizar un estudio científico en el cual se le pregunta a quien la experimenta; y esto implica un cambio metodológico puesto que la felicidad pasa a ser reconocida como una vivencia de las personas y no como un concepto construido por especialistas o académicos, de esta manera va generándose una completa definición de los distintos ámbitos que abarca el Bienestar Subjetivo que permita hacer de la felicidad un concepto social y ser insertado en las políticas públicas categorizado como un bien común.

De igual forma, el estado de cosas en la Venezuela post chavista va a ser un interesante y a la vez complejo punto de partida, puesto que a partir de ese momento, quedará eliminado para siempre el pensamiento rentista que ha tenido su máximo en estos tiempos revolucionarios, acabar con esa forma de la vida debe ser “el para qué” de todos estos años de gobierno bolivariano. El cambio social que se vive actualmente, tiene que dar paso necesariamente a una sociedad mucho más solidaria, basada en el trabajo individual y en el logro como elemento central de motivación. La sociedad de mendigos como forma de pensamiento debe ser exterminada.

Ahora bien, a lo largo de estos casi veinte años de gobierno bolivariano ha quedado más que claro que la felicidad no está referida a cuánto ingreso se tiene, sino al valor que le da la persona a aquello que se puede comprar con dinero y eso tiene una base común con el concepto de racionalidad económica. No es lo que se tiene, sino lo que eso significa para la gente.

Entonces, la felicidad para una sociedad que ha perdido prácticamente todo el acceso a bienes y servicios a los que estaba acostumbrada, necesariamente ha tenido que interiorizar y darse cuenta que este es un proceso basado en la experiencia del bienestar y en la satisfacción con la vida que va mucho más allá de lo material. En esta nueva Venezuela quedará más que claro lo que demostró Richard Easterlin en cuanto a que el crecimiento económico tiene un impacto nulo en la felicidad de los pueblos, por ello se requiere acompañar ese crecimiento económico necesario pero no suficiente, con políticas públicas dirigidas a desarrollar el tejido social y fomentar el crecimiento en términos cualitativos.

Para ello es fundamental implementar como indicador complementario la Felicidad Interna Bruta (FIB) que mide las ganancias sociales basadas en una serie de variables cualitativas específicas y lógicamente sustentadas en la idiosincrasia propia del venezolano a fin de estructurar los elementos en función de lo que realmente nos caracteriza como sociedad.

¿Donde está Venezuela cuando hablamos de felicidad? 

En el Reporte Mundial de Felicidad 2017, Venezuela había descendido del puesto 44 en el año 2016 al puesto 88 en 2017, resultado que es completamente coherente con la situación país que tenemos. Es predecible que los resultados para el 2018 sean igualmente desesperanzadores puesto que las condiciones no han mejorado, por el contrario han empeorado con respecto incluso a meses anteriores.

Lógicamente esto nos lleva a punto de partida bastante retador en cuanto a la reconstrucción del país pues tenemos una población que se encuentra en primer término completamente dividida a nivel ideológico, enfrentada en lo político con posiciones irreconciliables. En segundo lugar, la progresiva e intencional destrucción de la clase media, a la cual se ha empobrecido o forzado a emigrar ha causado un impacto incuantificable en el aparato productivo nacional y en tercer lugar, la devastación institucional que requiere con urgencia un programa de rescate para borrar todo vestigio de ideología partidista para dejar de funcionar como partido político y comenzar a trabajar en función del país.

¿Cómo se inserta un país en la senda de la felicidad?

Para lograr la felicidad de una nación es necesario que ésta se convierta y se asuma como una política de Estado. Lógicamente sin contaminarse con elementos político-partidistas, ni slogans electoreros.

Para ello, de acuerdo con la socióloga argentina Marita Carballo las políticas públicas dirigidas a incrementar los niveles de felicidad de sus ciudadanos deberían considerar los siguientes elementos:

  • El nivel de ingresos de la población.
  • Salud
  • Relaciones familiares
  • Educación
  • Orgullo nacional
  • Libertad de expresión
  • Importancia de la espiritualidad
  • Trabajo estable
  • Capital social (relaciones)
  • Etapa del ciclo de vida

Considerar el refuerzo de todos estos aspectos confluiría en una mejora sustancial de la calidad de vida, reduciendo las desigualdades en función de un mayor acceso a oportunidades, invirtiendo los dineros públicos en políticas para el desarrollo económico sustentable. Asimismo es necesario pasar del paradigma basado en el Bienestar Objetivo hacia el paradigma del Bienestar Subjetivo, que se ocupa del “cómo se sienten” las personas, así como de su capital social y progreso personal.

A todas luces no sería imposible generar estas condiciones en futuro cercano en esta devastada Venezuela, sin embargo, cualquier mínima posibilidad pasa por un cambio de modelo gubernamental hacia otro enfocado en el progreso, la prosperidad y el desarrollo.

Hablar de la felicidad ha pasado de ser un tema filosófico a ser una forma de vida que  requiere de voluntad política, instituciones eficientes y una visión de futuro centrada en el protagonismo ciudadano. El día después del fracaso socialista está cerca, pensar en hacer felices a los venezolanos no es una mala idea.