Los análisis hoy clásicos del fenómeno del populismo, en especial en América Latina, muestran varios rasgos comunes, no importa el contexto distinto en el que ocurra.  Mencionamos, entre otros, los estudios realizados por Juan Carlos Rey (Politeia, Caracas, 1976), Aníbal Romero (La miseria del populismo), Pedro Paúl Bello (El populismo latinoamericano), Diego B. Urbaneja y más recientemente, Nelly Arenas y Luis Gómez Calcaño, desde Venezuela, u Octavio Ianni, Enzo Faletto, Theotonio Dos Santos, Ernesto Laclau o Enrique Krauze desde otros países de América Latina.

No se trata simplemente de una ideología sino de una mezcla heteróclita de tendencias ideológicas contrapuestas: el populismo es ante todo una estrategia para acceder y conservar el poder. Ha sido caracterizado como un movimiento policlasista, nacionalista, anti-elitista, con un caudillo o líder carismático, seductor y mesiánico, militar o civil, el apoyo principal de los sectores medios que aspiran a ampliar su participación económica y política en las estructuras de poder, generado en el marco de una ruptura del orden anterior hacia procesos de democratización o profundización de la democracia.

El populismo siempre requiere de un enemigo externo o de la formulación de una causa única, por ejemplo, el imperialismo, o internamente, las llamadas oligarquías o los ricos del país, culpable de todos los males que aquejan a la población menos favorecida socio-económicamente, formulada para cautivar fácilmente a las masas, dirigida a despertar las fibras emocionales más inconscientes y oscuras, como resentimiento, venganza, revanchismo y odio social de “los condenados de la tierra” (Franz Fanon,1961), esto es, de sectores excluidos o vulnerables de la población.

Se trata de un proyecto de Estado dirigista, intervencionista, paternalista, centralizado y asistencialista, cuyas adhesiones o apoyos son de carácter acomodaticio, clientelar y utilitario. En dictadura, enfatiza el carácter autocrático. Si es democrático, se trata de una democracia complaciente, no de una democracia exigente. Entre más sólidas las instituciones, menos fuerte el poder del caudillo y viceversa. Sus ofertas son demagógicas y efectistas más que efectivas, pues no busca realmente profundizar la democracia ni producir cambios estructurales que consoliden instituciones y bienestar social sino utilizar la pobreza, sin darle verdadero poder al pueblo, como un medio para capturar el apoyo popular.

Podríamos decir que el populismo cumplió en América Latina un papel histórico en la modernización de estos países, pero hoy bloquea toda democratización donde busque imponerse. Es la modalidad latinoamericana y subdesarrollada del Capitalismo de Estado de Bienestar. El Welfare State o capitalismo reformado, mediante un New Deal, “Nuevo Trato”, bajo el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, superó el colapso del liberalismo económico, la crisis de superproducción y quiebra, el crack de Nueva York de 1929, asesorado por el economista inglés Sir John M. Keynes, con su “Teoría General” y de pleno empleo.

En Venezuela, el populismo se basa en la idea de que la renta es para distribuirla, no para crear ni ampliar la riqueza ni una economía productiva mediante el trabajo y los méritos. El Estado, que termina por colapsar debido a las demandas siempre insatisfechas, es convertido en el superárbitro social para dirimir los conflictos de interés enfrentados entre grupos de presión, gremios y sindicatos y para responder a las demandas sociales mayoritarias muy diversas. Busca redistribuir los ingresos mediante subvenciones, impuestos, expropiaciones y control de las tasas de interés, aunque sea  un reparto desigual y amiguista entre los distintos sectores.

El Estado populista, al ampliar el control de la sociedad mediante fiscalizaciones, centralización y coacción económica, convierte la corrupción en dinámica del proceso de  participación, cuyos efectos perversos hacen de  todos los sectores sociales y en todos los niveles, cómplices, encubridores y transgresores. Alienta la pasividad ciudadana y el facilismo, rompe con la aspiración hacia el logro y estimula la anomia moral pues solo incita la búsqueda de poder no importa a qué precio. Estas son razones por las cuales “la herencia populista”, siguiendo la reflexión editorial reciente de Miguel H. Otero, persiste en la cultura y mentalidad venezolanas.