El tema de la desigualdad económica ha sido debatido por economistas desde Adam Smith. Existen varias narrativas conflictivas en torno al tema, desde que la desigualdad es un aspecto esencial y potenciador de cualquier economía de libre mercado a que esta socava el desarrollo y es el resultado de una economía amañada a favor de los ricos. 

Desde la crisis financiera del 2008 el tema de la desigualdad económica ha surgido como uno de los más debatidos por políticos. Esto ha resultado en mucha polarización alrededor del debate y con frecuencia políticos de ambos lados del espectro económico hacen uso de retórica para explicar sus causas, beneficios y consecuencias. Lo cierto es que el tema es mucho más complicado de lo que los políticos lo hacen sonar. La desigualdad o brecha económica es el resultado de múltiples causas e interacciones, además, sus contribuciones o substracciones varían e impactan a la economía de diferentes formas. Por eso conviene invitar a la complejidad al debate, combinar diferentes ideas de ambos lados del espectro económico y desafiar nuestras concepciones. Un tema tan importante lo merece.

Los Efectos de la Desigualdad

La desigualdad económica en bajos niveles no es necesariamente un mal, de hecho, es necesaria para propulsar el desarrollo, ya que es la promesa de surgir económicamente lo que propulsa la innovación y el emprendimiento. Además, su contracción no es siempre motivo de celebración ya que normalmente una reducción es provocada por eventos como guerras, crisis o hambrunas que igualan a la población en miseria en vez de abundancia. 

Al mismo tiempo, la desigualdad económica suele enmarcarse como un caso de justicia social. Particularmente en la izquierda suele decirse que el capitalismo propaga la desigualdad y que mientras los afluentes se han hecho más ricos, la calidad de vida de los más pobres decae. Pero como veremos, el verdadero problema no radica en los ricos haciéndose más ricos.

Para comprender esto, hay que entender que en la economía cuando alguien gana $1 no significa que alguien es ahora $1 más pobre, la economía no es un juego de suma-cero. Esta se asemeja más a un pastel en el horno, uno que, a través de la inversión, los gastos y la innovación incrementa su tamaño. Por lo tanto, si una persona tiene un pedazo más grande del pastel no significa que ahora los demás deban conformarse con lo que queda. El pastel puede crecer y el resto puede incrementar su porción. 

Y el pastel a estado definitivamente creciendo, de hecho, como se explicó en un artículo anterior, la calidad de vida ha mejora para la gran mayoría. Hace tan solo 50 años, 52,6% de la humanidad vivía debajo de la línea de pobreza extrema, actualmente esa proporción se ha reducido a tan solo 10,3%. Este logro y muchos más se han alcanzado en parte gracias al capitalismo que permitió la participación de todas las clases en una economía creciente y que a través del incentivo de recompensas financieras motivó a muchos a emprender e invertir. 

Sin embargo, así como la desigualdad económica actúa como un componente para incentivar la meritocracia, también puede actuar como un impedimento para el desarrollo de la sociedad. Un reciente reporte del Fondo Monetario Internacional (FMI) mostró que un incremento en el índice Gini (índice que mide la disparidad económica) de 5 puntos conlleva a una disminución del 0.5% en el crecimiento económico. Además, la desigualdad económica tiene una relación negativa y estadísticamente relevante con la duración de una expansión económica. Según el estudio, por cada punto que el Índice Gini la probabilidad de que la expansión económica acabe el próximo año aumenta en un 6%.

Y lamentablemente el problema está al alza. Se ha reportado un incremento de la desigualdad económica a nivel mundial. En muchos países se ha observado un estancamiento de la clase media y baja, mientras los ingresos de los más prósperos han crecido año tras año. En los Estados Unidos, por ejemplo, los ingresos del 40% más rico presenta mejorías significativas a través de los años mientras que el del 60% mas pobre se ha mantenido esencialmente plano. 

Este creciente fenómeno no solo se presenta en EEUU sino en también países en vías de desarrollo o con políticas de izquierda.

 

Como sugirió el informe del FMI esto tiene un costo económico para la sociedad, pero más allá hay otros costos en el ámbito social. Siguiendo el caso de EEUU, los estudiantes escolares pertenecientes a los grupos económicos más vulnerables tienen un promedio de notas un 25% inferior al de aquellos cuyos padres tienen ingresos más altos. La pobreza en los jóvenes también tiene un grado alto de correlación con la probabilidad de no completar estudios básicos y esto a su vez tiene una correlación con el crimen. El 35% de los adultos de 28-33 años que dejaron los estudios básicos han pasado tiempo encarcelados, comparado con tan solo el 10% de los que completan bachillerato y el 2% de los que completan la universidad. De hecho, en el siguiente gráfico se puede apreciar como hay una relación lineal entre la desigualdad económica y la inseguridad a nivel mundial.

Otro aspecto negativo de la desigualdad es el brote del radicalismo y del populismo. La data histórica disponible sugiere que cuando ha habido periodos donde la desigualdad incrementa, también lo hacen el radicalismo de izquierda, el de derecha y el populismo. 

Se puede decir que el resultado de la disparidad económica es que un grupo queda atrapado en un ciclo vicioso de pobreza, privados de la capacidad para desarrollar capital humano y económico. Además, observamos que la desigualdad puede tener consecuencias serias incluso en los países más prósperos como EEUU, lo que sugiere que los países en vías de desarrollo deben incluso prestar mucha más atención a este asunto. El riesgo de ignorar la desigualdad económica conlleva a una sociedad conflictiva propensa a ser secuestrada por movimientos populistas (tanto de izquierda como de derecha).

Diagnosticando el Problema

Para diagnosticar el problema es importante entender las diferencias entra la desigualdad producto de la meritocracia y aquella, producto de economías incapaces de propulsar a sus miembros más vulnerables.  También es importante separarnos de la retórica política y simplista que emite condena antes del juicio. 

Lo cierto es que la desigualdad puede tener muchas causas que pueden o no ser específicas a un país en particular. No obstante, una causa común es la falta de movilidad económica de las clases más bajas.  

La movilidad económica se refiere a la capacidad de las personas de subir a escalones de ingresos más altos.  La falta de esta puede darse por varios factores. Primero, como vimos en la sección anterior la educación es clave. Cuando la educación para los más pobres es de mala calidad entonces la probabilidad de generar individuos capaces de superar un entorno adverso es menor. Y segundo, cuando la pobreza es tal que las familias no pueden permitirse apartar un poco de dinero para invertir, ahorrar o desarrollar capital humano lo que obstaculiza de sobremanera cualquier intento de escalar.

Como Resolver el Problema

Hay una gran variedad de ideas sobre cómo disminuir la desigualdad. Por muchos años ha prevalecido la más poco creativa: incrementar los impuestos a los ricos para financiar el apoyo a los más vulnerables. No es que los impuestos sean algo negativo, por el contrario, los ingresos generados a través de ellos son esenciales para mantener y expandir programas que garantizan el bienestar general. No obstante, la redistribución fiscal a través de los impuestos no puede ser la única herramienta. El mismo estudio del FMI citado anteriormente sugiere que las redistribuciones fiscales extremas pueden frenar el crecimiento económico, además impuestos muy altos pueden disuadir la inversión. El punto medio yace en evaluar a qué niveles se pueden recolectar impuestos sin dañar la productividad. Asimismo, se podrían imponer impuestos a actividades que impactan negativamente a la sociedad, como por ejemplo la emisión de gases invernadero.

Aún más importante es que cómo invertir los fondos. Primero, es esencial que los políticos presten más atención a el retorno de inversión en vez de enfocarse exclusivamente en los presupuestos. El objetivo debe ser invertir en reformas que generen ganancias económicas y sociales. Por ejemplo, financiar programas para mejorar la calidad de la educación pública puede parecer un gasto enorme. Sin embargo, una mejor educación producirá profesionales con altos sueldos que pagarán más impuestos, generando retornos económicos. Asimismo, a mayor educación menor la probabilidad de cometer crímenes, brindando mejoras sociales.

Segundo, se necesita de mayor cooperación entre entes públicos y privados. Proyectos financiados y dirigidos en colaboración del Estado y la empresa privada pueden apuntar a zonas donde ambas partes puede recolectar beneficios. Un ejemplo sería la industria turística cooperando con el estado para mejorar la vialidad, seguridad o infraestructura de un área, lo que mejoraría la calidad de vida de los habitantes y los prospectos económicos del turismo. 

Tercero y último, hay que atreverse a experimentar con nuevas y atrevidas ideas como la renta básica universal, fondos soberanos o muchas otras que son a veces negadas por sus supuestas afiliaciones ideológicas.  Lo incuestionable es que es imposible saber a ciencia cierta el impacto de nuevas políticas sin que antes sean probadas. El progreso requiere que estas se juzguen únicamente por sus méritos y no por motivos ideológicos. Al fin y al cabo, la dificultad de la desigualdad y muchos otros problemas económicos no recae en las nuevas ideas sino en escapar las viejas conjeturas.