Las mejores mentes económicas hoy deberían estar estudiando más sobre serotonina, endorfina, dopamina y oxitocina que sobre modelos matemáticos maximizadores.

La economía tradicional (neoclásica) no está pensada para seres humanos de carne y hueso, sino seres ideales (homo economicus) que no existen en la tierra. Las personas tomamos decisiones permanentemente bajo racionalidad limitada, sujetos a sesgos, ruidos, miedos, problemas de disponibilidad de información, etc., que nos llevan a conducirnos de forma bastante alejada con respecto a lo que prescriben los neoclásicos (antiguos y modernos).

El problema es que buena parte de las políticas públicas y, algo de las políticas empresariales, se trazan a partir de dichos modelos tradicionales (neoclásicos), lo que las lleva en parte a fallar, o al menos no alcanzar niveles óptimos de rendimiento. Indudablemente, lo que hoy la Economía y las áreas que estudian las Políticas Públicas necesitan, más que «hacer hablar a las matemáticas del irreal homo economicus», es entender los hallazgos de las neurociencias cognitivas para generar cerebros humanos más felices, potenciando sus principales químicos de la felicidad: oxitocina, dopamina, serotonina y endorfina.

Sin embargo, la teoría económica avanzó durante mucho tiempo por otros rumbos. Sucede que el diktat epistemológico del siglo XX fue llevando a la economía a prescindir de la psicología, con la que había nacido (recordemos a Adam Smith con su Teoría de los Sentimientos Morales), y a buscar una cierta «seriedad» en la matemática optimizadora, y en la lógica utilitarista y paretiana, que estaba en las antípodas de la racionalidad limitada, ya que el homo economicus decidía con altas habilidades computacionales, información cuasi-perfecta, egoísmo y voluntad ilimitados, ausencia de sesgos, ausencia de miedos, o sea, sin nada de lo que nos hace profundamente humanos.

Vientos de cambio

Por suerte, en las últimas décadas del siglo XX, empezaron a «hacer ruido» los economistas de la conducta, con los Premios Nobel como Simon, Kahneman, Thaler, entre otros, poniendo en apuros al modelo neoclásico, y mostrando sus inconsistencias, pero hasta ahí la cosa venía dentro del camino de la economía, no había algo demasiado disruptivo, de hecho la economía del comportamiento es una rama de la economía.

Y para más suerte… En los últimos años, por distintas razones han terminado confluyendo neurociencias cognitivas, psicología y economía, ahora sí de manera disruptiva, construyendo este híbrido llamado neuroeconomía, que con métodos diferentes a los tradicionales está intentando armar una teoría de las decisiones unificada, más real, y con métodos diferentes a las «preferencias reveladas», “óptimos paretianos” y demás tradicionales en Economía.

Sucede racionalidad y emocionalidad son partes del mismo todo, no se las puede entender a una sin la otra, de hecho la corteza orbitofrontal, que es corteza, o sea a priori «cerebro racional», es el gran centro integrador de la señal emocional de valor que está detrás de todos los precios puros de la economía, es decir, de las curvas de utilidad que predeterminan nuestro valor subjetivo, con raíces profundas en el núcleo accumbens, que a su vez es cerebro límbico, o sea «cerebro emocional». Es decir, la interacción «límbica-corteza frontal» es permanente, y multidireccional, lo que hace que emocionalidad y racionalidad deban ser analizadas más cuidadosamente que lo que hacía el modelo neoclásico.

Revolucionando el marketing y las políticas públicas

De esta forma, la neuroeconomía, como programa de investigación, apunta a generar verdaderos aportes para un mundo más feliz y justo, y ya está haciendo aportes interesantes en el marketing, y la investigación de mercados por ejemplo, lo que va a permitir mucho mejores diseños de producto para el disfrute de la gente, y además está empezando a impactar en las Políticas Públicas, es decir en la forma que se diseñan las políticas educativas, de prevención de la salud, de tránsito, de seguridad, etc. De hecho, es en las políticas públicas donde vamos a ver la gran utilidad social de esta nueva disciplina, y ya hay varios académicos y consultores importantes en ese camino, como el movimiento del Behavioral Insights en Europa, los Nudges de Thaler, entre otros.

En síntesis, un mundo mejor es posible a partir de políticas empresariales mejor dirigidas, diseñando productos dirigidos a cerebros mejor estudiados y mejor entendidos, que hagan seres humanos más y mejor satisfechos; y también de la mano de políticas públicas mejor pensadas, que cuiden/prevengan algún exceso del neuromarketing, pero por sobre todas las cosas que construyan mejores estrategias de salud, educación, seguridad, macroeconomía, etc., y que por lo tanto terminen haciendo un mundo con gente más feliz.