Es un hecho que estamos viviendo una economía ambivalente, en el país y en el mundo entero. Aún hoy, con una inflación cerca de superar el 1000% anual, con un Producto Interno Bruto (PIB) en deterioro constante, que podría cerrar el 2017 entre -7 y -10%, y un deterioro progresivo de la forma de relacionarnos como sociedad, irónicamente se siguen presentando oportunidades de mejora, el emprendimiento no se detiene y las inversiones crecen, a un ritmo modesto, pero están presentes y eso es lo importante. Sin embargo, son muchas las dudas acerca del camino que debemos tomar como país, para lograr salir de la crisis. La inflación hoy es implacable, sigue en ascenso y deteriora la visión de calidad de vida que tienen las familias en el país.

En este punto, aparecen dudas razonables acerca de la existencia y permanencia de la otrora llamada “clase media” ¿Aún existe la clase media en el país? La respuesta puede ser sencilla pero bastante cruel, acá mi punto de vista al respecto: Si usted tiene entre 22 y 55 años tiene un trabajo bajo condición de dependencia (8 horas) o una pequeña empresa de entre cinco y quince empleados, con su salario mensual normal debería tener acceso a: 1. Adquisición de la cesta básica para una familia promedio de 4 personas (esto incluye todo lo que consume una familia durante un mes normal). 2. Compra de vehículo familiar o particular a crédito, con cuotas flexibles según su nivel de ingreso incluyendo la póliza de seguros del mismo. 3. Parte del ingreso que genera debería ir al ahorro, 30% del ingreso mensual estimado debería ser destinado al ahorro. 4. Actividades de ocio o recreación, debería poder salir e invertir en actividades de ocio (distintas a comer), por lo menos dos veces al mes, por ejemplo: cine, viajes nacionales e internacionales, actividades lúdicas, teatro entre otras. 5. Tener vivienda propia o pagar un alquiler ajustado a su capacidad de pago. Y 6. Póliza de seguro familiar o particular según sea el caso.

Si no tiene acceso a 5 de las 6 cosas arriba enumeradas, se puede catalogar a la persona o grupo familiar como condición POBRE, esto por supuesto haciendo comparación del poder adquisitivo base salario mínimo que en américa latina son alrededor de 500$ mensuales, además de la comparación con la calidad de vida que tienen países del mismo continente, vamos a tomar como ejemplo a Chile, Perú y Ecuador. Cual pudiese ser la conclusión de esto, actualmente las clases sociales que existen en el país son: Clase alta, pobres y pobreza extrema (cuando hablo de pobreza me refiero a la material).

Este dato es cruel, quien lo lee y siente afinidad con esta opinión, su estado de ánimo baja sin duda alguna, surge acá la pregunta básica de: ¿Realmente he llegado a la pobreza? Si la respuesta es SÍ, su cerebro se activa al modo duelo, para pasar por las etapas normales del duelo hasta que se cumple el ciclo y de ello se genera un aprendizaje constructivo. Pero, siempre hay un pero, a veces el ciclo no se cumple, y la mayoría de las personas se quedan en la etapa de la negación: ¿Pobre yo? Si voy hasta tres veces por semana a comer en restaurantes lujosos de la ciudad (y en la mayoría de los casos las tarjetas de crédito no aguantan más ese mal trato).

Acá comienza lo que yo llamo la negación consciente del despecho económico, sí, así es despecho económico, lo que las personas creían era una economía de bonanza producto de la renta petrolera, se fue, y créanme, no va a regresar tal cual como la recordamos, debemos construir una economía nueva. Y en este periplo alrededor de una economía ambivalente, la negación consciente a través del ego da señales de resistencia ante la crisis, por eso vemos las redes sociales inundadas de fotos de comidas costosas, viajes lujosos y ropa nueva: “Caras vemos corazones no sabemos…” diría mi abuela al respecto. Pero el proceso interno es otro. Sin propósito, ni metas, la negación consciente lleva a la desesperación, porque en negación nada se hace, sólo se espera que las cosas cambien por si solas ya que el cerebro envía el arrogante mensaje: “yo no soy el culpable, las cosas deben cambiar por si solas”.

Y de esta negación consciente, surgió en el país uno de los movimientos comerciales más curiosos e interesante de análisis que yo en lo particular no había tenido oportunidad de ver, ni tampoco había tenido referencias de él en otros países de América Latina. Nacieron los “orientadores de vida” y los autoproclamados “motivadores” de oficio, yo lo llamo la fábrica embotelladora de “motivación” (y no, no me refiero a la empresa que produce y distribuye bebida gaseosa negra).

De pronto, en los últimos 5 años el país se vio repleto de formación en coaching (coach de vida, nada que ver con el coach gerencial que se aplica en el mundo), algunos hasta internacionales, así lo leía en sus publicidades: “fórmate en tres semanas como coach internacional” algunos eran de meses. El coaching dejó de ser una herramienta gerencial y se convirtió en un “título” que brillaba en muchos perfiles de Instagram. Comenzaron a crearse corrientes y tendencias, ya no es solo ser coach, agregarle un apellido, así comenzaron a variar, ontológicos, vibracional y otros más se hicieron comunes por todos lados. En muchos casos que me reunía con profesionales para contratos de formación con mis clientes, lo primero que me decían al estrechar mi mano era: “Soy coach…”

Es importante aclarar que no tengo nada en contra de los coach, de hecho, trabajo con muchos de ellos que usan ese conocimiento y experiencia como una herramienta, no como un título. El profesional no brilla por sus títulos sino por la calidad de los resultados que genera.

La crisis se agudizó y con ello la oferta de “motivadores” se hizo mayor, grupos de motivación (algunos de ellos funcionan como cultos o sectas, muy peligroso por demás), se hicieron comunes, personas que se encapsulan en un espacio donde todo es positivo (¿Negación consciente? Lo dejo para la reflexión). Venden pasos para ser feliz, recetas mágicas para el éxito y muchos otros “artículos” para enganchar a las personas desde el lado más sensible que tenemos, nuestras emociones.

Señores, el tema de vender desde las emociones no es nada nuevo, la neurociencia no es nueva, sólo que por primera vez sale al mercado mediático y se usan estrategias para vender más y mejor, es un hecho que compramos principalmente desde las emociones, y si un país está desmotivado, ¿Qué se le vende? Motivación…

Pero en esta economía ambivalente, lo que ayer fue una oportunidad circunstancial para introducir esta alternativa de servicios de motivación embotellada, hoy se ha convertido en su principal causa de salida del mercado, porque la sociedad está entendiendo realmente el principio de resiliencia. Ahora, debo reconocer que este negocio de la “motivación” y la autoayuda grupal fue tremendamente exitoso desde el punto de vista comercial, por lo menos en el país en los últimos 5 años, salones repletos en conferencias donde hay mensaje motivador, y en cada esquina había un conferencista dispuesto a decir lo que las personas querían oír para hacerlas sentir bien. El mensaje del SÍ SE PUEDE se puso de moda.

Conferencias “motivadoras” a granel, sesiones de coaching disponibles las 24 horas del día, el negocio de las frases de motivación en las redes sociales, todos quieren ver felicidad en medio de esta ácida crisis que, desde mi punto de vista, es 80% social y 20% económica.

Las complejidades del cerebro humano son fascinantes, porque en todo lo complejo que somos, hay una simpleza que le da un toque de elegancia a nuestra existencia. Y como le escuché a un facilitador en el área de neuroventas: “el cerebro es un glotón ahorrador de energía…” por lo tanto concluí: la opción más fácil siempre será la más atractiva para un cerebro poco disciplinado que quiere ahorrar energía, parece un escenario posible dada la afirmación anterior.

Conversando de este tema como una psicóloga me dijo algo más o menos así: “Evadir la realidad es sumamente efectivo para las personas que no quieren enfrentar las crisis, primero desde el reconocimiento de quienes son realmente y que quieren hacer con sus vidas. Si no se da esa condición, aún en tiempos de bonanza económicas la persona sigue viviendo en crisis, porque más allá del dinero, es un tema de que estés a gusto con lo que eres, tienes y eres capaz de dar a otros, ese trabajo es muy rudo, difícil y a veces largo, por eso muchas personas buscan métodos “alternativos” relativamente más fáciles que les permiten concentrase fundamentalmente en lo que es positivo. Si las personas niegan el mal que hay en ellas, no podrán sacar el mayor provecho del bien que también habita en ellos”.

Ante esto, una posible interrogante es ¿Muchas personas optaron por el camino fácil?

Es importante acotar también que estos métodos alternativos han resultado de provecho para muchas personas, eso bueno, pero ¿Todas las personas asimilan estás recetas de misma manera?  Esa son, recetas, una receta aplicada por igual a miles de personas que a su vez son complejas, diferentes, sencillamente humanos.

Ya hoy día estos movimientos disminuyen, algunos antes llamados coach han desaparecido del mercado. Conozco a varios que están fuera del país inclusive, las conferencia de “motivación” ya casi no se venden, los discursos elaborados para captar la atención emocional de las personas pierden vigencia. Sí, hay aún grupos de motivación y autoayuda que funcionan, algunos de ellos crecen todavía, algunos funcionan como cultos o sectas, alarmante además. Pero, no puedo decir que eso sea bueno o malo. Si duda alguna vieron una mejor opción en estos movimientos y eso les genera algún tipo de sosiego en estos tiempos turbulentos.

Creo que la sociedad venezolana está en un despertar muy importante, esos discursos “bonitos” ya no suenan tan bien, y las ganas por mejorar pasaron de un: “dime lo que quiero escuchar” a un: “vamos hacerlo juntos para construir algo mejor” hacer, juntos, menos palabras y más acción. Creo que es tiempo de abandonar los discursos de motivación y comenzar a generar resultados, eso sólo se logra tomando decisiones y generando acciones con propósito claro.

La única y verdadera motivación está dentro de cada uno de nosotros. Nuestra capacidad para crear, transformar y compartir es lo que nos hace diferentes. Saber aprovechar ese potencial para beneficio de muchos es lo que nos hace especiales.