“Es como si el bolívar se fuera poniendo más pequeño cada día, como si se estuviera derritiendo continuamente en las manos, como si fueran de hielo y no de otra cosa, y un buen día no fuera a quedar de él sino un poco de agua sucia” Arturo Úslar Pietri, 1948.

De una forma empequeñecida puedo observar aquel análisis de los Bolívares de hielo de Úslar Pietri, siendo que lo desconcertante y profunda de la actual crisis no tiene parangón con algún hecho de la historia republicana. Los Bolívares de hoy en día no se derriten en las manos de sus tenedores sino más bien se evaporan ante la mirada atónita de todos.

Se ha hecho más que evidente durante estos últimos veinte años de revolución la irracionalidad e ineptitud en la aplicación de medidas económicas básicas que procuren bienestar en la población. La punta de lanza de este desmembramiento progresivo por parte del régimen en la economía lo podemos observar en la hiperinflación que se está padeciendo hoy en día.

La explicación a tal fenómeno que ha herido de muerte la salud económica del país, no resulta ser diferente al de hace setenta años, tiempo en que nos hablaba el afamado Pietri, la única diferencia del caso debe ser quizás la profundidad de los acontecimientos actuales. Por seis años consecutivos el gobierno ha gastado más dinero del que le ha ingresado,  para el 2018 este déficit representaba el 21% del PIB de la nación. Este, al no encontrar otra fuente de financiación ha dispuesto la impresión de dinero inorgánico en la economía para cubrir esa brecha fiscal. Es decir ha recurrido a  la colocación de abundante dinero ilusorio en manos de las personas con el que cada día pueden comprar menos.

En ese sentido, el descalabro se da como resultado de los limitados recursos del gobierno, derivado de la mermada renta petrolera, para lo cual ha recurrido a la mencionada monetización del enorme déficit fiscal, en el que ha utilizado como caja chica (si el termino alcanza) a la estatal petrolera para cubrir gastos completamente ajenos a su actividad principal, entre esos gastos destacan los programas sociales del estado, trayendo como consecuencia el endeudamiento de Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA) con su principal prestamista el Banco Central de Venezuela (BCV), quien se encarga de imprimir y transferir las exorbitantes cantidades de dinero sin respaldo.

Si bien es cierto que la impresión de dinero inorgánico no es la única razón del desmoronamiento actual, si resulta ser la esencia de todas las hiperinflaciones. Perversa práctica que ha resultado una característica común entre las más llamativas hiperinflaciones de la historia como Weimar, Yugoslavia, Zimbabue, entre otras.

Otra razón que ha coadyuvado al fortalecimiento del flagelo hiperinflacionario en Venezuela, es la reducción crítica de la oferta de bienes y servicios, proveniente de la persecución al sector privado, lo que a su vez ha fortalecido la ausencia de inversiones en el país. A lo anterior se debe sumar las limitaciones de los empresarios privados para adquirir divisas preferenciales para la compra de insumos debido al control cambiario, la imposición de absurdos controles de precios, los aumentos compulsivos de sueldos y salarios, las expropiaciones, entre otras.

Es decir un cúmulo de factores que se han convertido en la más letal  fusión de elementos para destruir una economía, fruto que es evidente en los altos costos, escasez y desabastecimiento que presionan cada vez más los precios al alza.  

El efecto más contundente de este fenómeno es la destrucción de la capacidad de compra de los ingresos de la población, tomando en consideración que las remuneraciones y compensaciones en Bolívares ni remotamente se incrementan al ritmo al que aumentan los precios, trayendo como consecuencia el vertiginoso aumento de la pobreza y la imposibilidad para adquirir hasta los productos más básicos como alimentos y medicinas debido al alto desabastecimiento.

Lo crucial de esta situación es que por parte de quien dirige la política económica del país no existe un reconocimiento sobre el problema que nos aqueja, no de su raíz, no de la verdadera razón, cuestión que explica el señalamiento continuo por parte de funcionarios de la revolución a factores externos como guerras económicas y enemigos imaginarios.

Resultaría fantasioso a estas alturas del partido creer en la buena voluntad y en la convicción sobre procuras de un viraje en la política económica por parte de quienes dirigen el país. La visión de una base económica sostenible en el tiempo es evidente que no es, ni ha sido su prioridad.

Si Úslar Pietri viviese quizás llamaría el análisis los bolívares de humo tal como yo lo denominaré.