A finales de la década de los ochenta y principio de los noventa, Brasil atravesó un largo período inflacionario, con tasas promedio mensuales entre dos y tres dígitos, alcanzando según cifras del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), 2.693,84% de inflación anual durante 1993, acumulando 4.922,60% de inflación para junio de 1994. Vale destacar que durante este período fueron aplicados varios programas o planes de estabilización económica, pero solo uno, denominado Plan Real, logró el objetivo planteado.

Brasil había intentado, cinco planes antiinflacionarios y aunque en todos estos, los precios eran estabilizados por un corto período, al cabo de unos meses el fenómeno inflacionario regresaba con más fuerza, hasta el mes de julio de 1994 cuando el Plan Real consiguió reducir la inflación de manera permanente. El primer plan de estabilización, el Plan Cruzado, contó con medidas como el control de precios y salarios, un cambio en la moneda a denominaciones más bajas (quitándole tres ceros) y la prohibición de cláusulas de indexación, lo cual logró reducir pero no contener la inflación, regresando después de 10 meses a un nivel más alto.

Los planes posteriores siguieron la misma senda, indexando salarios y precios según las tasas de inflación anteriores, generando un círculo vicioso en el que el Banco Central emitía dinero sin respaldo, lo que a su vez aumentaba los precios y justificaba las expectativas iniciales de los agentes económicos; al cabo de la aplicación de varios planes y su constante retorno, se observó que  el problema de la inflación tenía que ver con los déficits fiscales, obligando al gobierno a recortar el gasto y aumentar los ingresos mediante un incremento de los tributos, es así como, en el mes de diciembre de 1993 entra en vigencia el Plan Real, mostrando sus resultados en julio de 1994.

Según el economista Edmar Bacha, uno de los artífices del Plan Real, en conjunto con otros economistas como Pérsio Arida y André Lara Resende, concibieron dicho plan en tres fases:

1ra Fase: Se buscó un mecanismo formal de tipo legal para devolverle el balance presupuestario a las cuentas públicas y así desmontar el financiamiento inflacionario de los ingresos fiscales, para ello fue creado un fondo de emergencia social como medida transitoria que controlaba los recursos presupuestarios asignados a gobiernos locales, ya que los mismos seguían siendo financiados inflacionariamente pero esta vez debían ser financiados por contribuciones tributarias y por impuestos directos.

2da Fase: Consistió en la introducción de una nueva unidad de cuenta con paridad fija con el dólar, pero variable con la vieja moneda (en función de la inflación), denominada unidad real de valor (URV), es decir, una nueva unidad de cuenta indexada a la inflación y cuya tasa de conversión con respecto a la moneda oficial se actualizaba diariamente en función de la misma tasa de inflación. La unidad de valor indexada no sustituiría al cruzeiro (antigua moneda) como medio de pago, pero sí como unidad de cuenta y reserva de valor, ya que promover una reforma monetaria introduciendo una nueva moneda con todas sus propiedades no tenía sentido hasta tanto la economía no hubiera recuperado un vector de precios relativos de equilibrio no-inflacionario.

3ra Fase: Consistió en la consolidación de la reforma monetaria, una vez lograda cierta sincronización en los ajustes de precios, a través de la uniformidad en la indexación que mostraba el ajuste diario en la paridad URV-Cruceiros Reales, se procedió a introducir una nueva moneda en sustitución del cruceiro real, el Real, esta vez con todas las propiedades del dinero.

Esta conversión de la unidad de cuenta a una nueva moneda, con paridad inicial 1 a 1 con el dólar, y la instrumentación de un nuevo régimen cambiario, fiscal y comercial para sostener la estabilización fue conocido como el Plan Real, que requirió de un esfuerzo mucho más integral que los planes anteriores, concentrado en los aspectos esenciales del control de la inflación en Brasil y en las fuentes fiscales y monetarias que aceleraban la inflación. A diferencia de los planes anteriores, este no incluía el control de precios y salarios.

Similitud con el caso venezolano y lección para la lucha antiinflacionaria

El proceso inflacionario que vivió Brasil tiene algunas semejanzas con la persistente hiperinflación que actualmente atraviesa Venezuela, donde se percibe una dinámica de incremento en los precios nunca antes vista, con un gobierno que carece de un programa antiinflacionario eficiente. El asunto más complejo para estabilizar la economía y detener una hiperinflación, tal vez sea seleccionar un ancla apropiada para que esta actúe como un referente en la formación de los precios. Anclar la economía significa tener un patrón para la determinación de los precios internos.

Si Brasil, en su reforma monetaria estableció la paridad 1 a 1 con el dólar, teniendo la URV como referencia y ancla de los precios, fungiendo como una dolarización indirecta de la economía, sin necesidad de usar el dólar como medio de pago, Venezuela pudiera implementar una reforma monetaria que comience con la verdadera autonomía del Banco Central, y que sea capaz de respaldar una paridad estable de la moneda nacional (Bolívar) con la moneda extranjera, anclando la tasa de cambio y atendiendo al porcentaje de la base monetaria como referencia líquida del sistema.

Además, dicha reforma debe considerar un mecanismo que contrarreste los ataques especulativos por parte de todos los sectores y agentes económicos, sin necesidad de la implementación de controles estériles que agravan el problema inflacionario, sino mas bien, por la confianza que dicha unidad monetaria le otorgue a la población en general, tal como sucedió con la URV en Brasil cuando esta completó su ciclo y se consolidó con las tres propiedades del dinero (unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor).

En Venezuela, no solo debe hablarse de una reforma monetaria, sino de un conjunto de políticas macroeconómicas de estabilización, acompañadas de un plan de ajuste gradual de las cuentas fiscales, con medidas conducentes a la eliminación del déficit fiscal, a través de la ampliación de la base tributaria, lo cual garantizaría que no se tenga que acudir al financiamiento monetario de dicho déficit, tal como se hizo en la primera fase del plan real.

En este contexto, las reformas fiscales, monetarias e institucionales, serían la fase inicial para comenzar a trabajar sobre la hiperinflación, porque no tendría sentido introducir una nueva unidad monetaria, como se hizo en la segunda fase del plan real y como hasta ahora se ha hecho en Venezuela, sin antes corregir el financiamiento de los déficits por parte del Banco Central y la volatilidad de los precios en todos los sectores económicos.

Al día de hoy, las lecciones son claras para Venezuela. Los planes de estabilización deberían centrarse más en las reformas fiscales y monetarias, y menos en los controles de precios, ya que anclando el tipo de cambio con soporte fiscal y monetario, la formación de los precios se desvincularía de las expectativas de depreciación de la moneda, sentando las bases para una recuperación económica, tal como sucedió con la tercera fase del plan real en Brasil.