Las propuestas que hacen no pocos respetables economistas, respecto a la necesaria y urgente dolarización de nuestra economía, encuentran eco en la realidad cotidiana.

Cuanta transacción se hace en este país, por muy modesta o de grandes proporciones que sea, se hace en dólares o se calcula en función del precio del mercado paralelo, cuyo indicador diario se consulta por distintas plataformas. Viviendas, carros, enseres, alimentos, repuestos, cauchos, medicinas, servicios médicos, programas de formación, todo se está tranzando en dólares. El bolívar pasó a mejor vida, de hecho ya ni lo vemos en físico.

Una reconocida casa de estudios, de nivel superior, se dejó de formalismos y ofrece sus programas de formación con pago en dólares o calculado a tasa extraoficial. Está pasando en los colegios privados más caros de Caracas, y seguramente del resto del país. El odontólogo, el pediatra, el repuestero, el abogado, el arquitecto, el diseñador gráfico, el del taxi ejecutivo, cotizan sus servicios en dólares. No hay estadísticas, pero un significativo número de millennials están cobrando en dólares prestando servicios a distancia, básicamente para negocios de redes sociales y tecnologías de información. Tenemos la mano de obra más barata del mundo!

En un reconocido centro comercial en Caracas, donde venden todos los celulares y equipos electrónicos posibles, las tiendas venden en dólares. Instituciones y empresas extranjeras con sedes en Venezuela, llámense embajadas o corporaciones multilaterales, pagan servicios en moneda extranjera. Entidades bancarias están condicionando el acceso a créditos comerciales al afianzamiento en dólares disponibles en cuentas foráneas.

La economía ilegal se desenvuelve en dólares. El secuestro, la extorsión, la trata de blancas, las coimas, etcétera, tienen tarifas dolarizadas.

No se sabe que tan formales sean las discusiones familiares con respecto a la necesidad de emigrar para atenuar el impacto del colapso en Venezuela, pero lo cierto es que muchas hacen posible que uno o varios de sus miembros “se vayan adelante” a cualquier país y se empleen en cualquier cosa para que envíen remesas, cajas de alimentos y medicinas que ayuden a sobrevivir a los que aquí se quedan. El economista Asdrúbal Oliveros estima que para el año 2017 las remesas familiares superaron los 1.000 millones de dólares.

Dolarizar implicaría trancar el serrucho de tantos negocios que se ocasionan por el esquema de controles y la enfermiza impresión de dinero inorgánico que alimenta el populismo. ¿Y de dónde saldrían los dólares? PDVSA que es prácticamente nuestra única fuente de entrada de divisas ya no es lo que era antes, no produce suficiente y todo lo debe. Así que hay que diversificar la economía, provocar nuevas fuentes de ingresos sostenibles en el tiempo y solicitar financiamiento internacional que facilite crear las bases para el cambio de signo monetario. Ambas perspectivas son inviables en este momento por cuanto el gobierno ha hecho hasta lo imposible por desalentar la inversión privada y no le alcanza la plata para pagar sus deudas con los acreedores internacionales, así nadie presta ni mucho menos invierte.

La bienvenida al dólar como moneda oficial de intercambio es cuestión de tiempo y cambios, mientras, los ciudadanos de a pie ya nos vamos acostumbrando a su uso.