Los mercados financieros, por más que estén equipados con las mejoras computadoras y los mejores software en big data que existen hoy en el mundo, nunca han dejado de ser un conjunto de seres humanos, como cualquier otro que toma decisiones, atravesados por miedos, angustias, euforias, pánicos, depresiones, y en general… infinidad de hormonas y neurotransmisores recorriendo su cuerpo (adrenalina, endorfina, cortisol, serotonina, dopamina, etc.) y todo a alta velocidad.

La moderna disciplina de las Finanzas de la Conducta nos ilustra sobre la fenomenal cantidad de sesgos a los que están sometidos los inversores de bolsa (enmarque, anclaje, confirmación, etc.), que los lleva a tomar decisiones que, si bien se creen de «expectativas racionales», suelen contrariar bastante a menudo la teoría de la elección racional, como ilustra el nobel Kahneman con su Teoría de los Prospectos (ver: La teoría de los prospectos: aporte clave de la economía del comportamiento).

El concepto de racionalidad limitada, establece que los hombres de carne y hueso (que incluye a los sofisticados golden boys de los mercados de valores), tienen capacidades limitadas para realizar proyecciones y escrutar el futuro, aún hoy con el big data y los super-ordenadores, ya que los sesgos y la incertidumbre intrínseca de la información disponible lleva a un esquema de «prueba y error» permanente, que da a los mercados una volatilidad excesiva. Hay cientos de casos de burbujas financieras en la historia moderna, con subas y luego desplomes desproporcionados, entre otras «irracionalidades», que fácilmente dan cuenta de que se opera en condiciones de «expectativas racionales acotadas« .

El problema es que esta racionalidad acotada de los mercados, que los lleva a ser demasiado emocionales y cambiantes, es la que termina condicionando las políticas de los gobiernos (gasto público, deuda pública, tipo de cambio, inflación, inversión privada, etc.), es decir, todo lo que termina afectando el consumo y el empleo de la gente, el destinatario último de las políticas públicas. Sucede que los gobiernos, en su gran mayoría, buscan permanentemente «seducir» a los mercados de capital, los que se torna a veces peligroso, cuando ni siquiera los mismos mercados, dada su «racionalidad acotada», se ponen de acuerdo claramente en sus expectativas. Por lo tanto, tamaño cuidado deben tener los gobiernos para con las percepciones y humores de este privilegiado y volátil club de inversores de capital.

Con el tiempo, los gobiernos se han ido dando cuenta que son necesarios ciertos controles y legislaciones (ver una propuesta para el caso argentino)que marquen sendas de generación de confianza y reglas de juego creíbles para estos complejos actores financieros, para que muestren cierta estabilidad de humor, de lo contrario los efectos suelen ser nocivos para la estabilidad macro de los países, dadas las profundas fugas de capital y caídas de demanda de moneda nacional que suelen generarse en picos de desconfianza.

En síntesis, se necesitan reglas de juego claras (sustentables en el tiempo) para generar confianza entre los inversores de capital en bolsa, y en el caso de histerias y sobrerreacciones excesivas, dada su intrínseca «racionalidad acotada», los gobiernos deben aplicar lecciones correctivas que hagan calmar el pánico, para que los inversores no olviden la senda trazada por la política nacional (en la medida que sea sustentable, ésto es clave), que siempre debe estar marcada por los gobiernos, y no por los mercados y su lógica «medianamente racional».