En Europa, durante el pico del consumo de narcóticos en los años noventa, drogas como la cocaína contaban con un sobrenombre que facilitaban la identificación de ellas, en este caso, su sobrenombre era “harina”. La cocaína en ese periodo de tiempo contaba con un costo monetario más caro en relación al de hoy en día, tanto por encontrarse en su auge de consumo, como por el proceso necesario para importarlo hacia el viejo continente, en donde era necesario evadir numerosos sistemas de control mediante movimientos de corrupción que permitían el ingreso de la “harina”, por lo cual, su precio tenía sumado todos estos costos dentro del precio de venta. Hoy en día existe una mayor presencia de cultivo y de distribución en el viejo continente, puesto que el control infundido por los carteles colombianos ha disminuido notablemente con el paso de los años, sin embargo, evidentemente sigue siendo un producto costoso a causa de la dificultad de conseguirlo por la escasez del mismo.

Por otro lado, en la actual Venezuela, los papeles se han invertido y la harina se ha convertido en la cocaína de la Europa de los años noventa, ese producto caracterizado por su alta demanda y escasez. Tras diversas fallas en nuestro sistema económico, el mercado se ha trastornado a una economía con mayores capacidades de conseguir artículos ilícitos en comparación a los de primera necesidad, como lo son la harina, la azúcar o las medicinas.

Esta situación de escasez ha generado que existan mafias que nacen a través de las posibilidades financieras de hacer este método que genera un importante retorno a una gran cantidad porcentual  de inversión inicial, siendo estos los primeros cazadores de rentas, que logran finiquitar sus tratos a través de la necesidad de empresas e individuales por aquellos productos que convenientemente cuentan con precios bajos y regulados. Este tipo de situaciones, no surgen en el mercado de alimentos de lujo como el salmón o el queso azul, puesto que la demanda de ellos es tan pequeña a causa de que sus compradores cuentan con la capacidad económica de consumirlos indiferentemente de sus elevados precios.

El método operativo de estos grupos organizados es básico, gracias a haber logrado apoderarse de los medios de distribución (mercados mayoristas de cada uno de los estados, lugares que han finiquitado con la presencia de los vendedores que contaban con largas presencia en ellos, con la finalidad de lograr un monopolio de compra de los productos que llegan al mercado), a través de sus tácticas políticas y habilidades de intimidación fomentadas en un severo abuso del poder. Lo descrito anteriormente conjunto a una numerosa red de camiones de transporte, crea la fórmula perfecta para aprovecharse los bajos costos de los productos regulados para venderlos en el mercado abierto a un precio sumamente elevado en comparación a su original. Sumado a que elimina cualquier tipo de rastros fiscales, por lo tanto no pagan los impuestos que mantienen la intervención del estado.

En los periódicos venezolanos, cada vez más, aparecen noticias acerca de “acaparadores” presos, que de narcotraficantes detenidos. La causa principal de esto, son las mafias que controlan el mercado negro de los alimentos en Venezuela, en donde participan distintos miembros vinculados con individuos de las altas filas gubernamentales o del mando militar que en su posición apadrinan este tipo de contrabando son los mismos que controlan la mayoría de los medios de comunicación. Por lo tanto, lo que se busca es limpiarse las manos y parecer distante a los problemas condenándolos. Sin embargo, siempre se trata de censurar (sin éxito) las noticias en donde numerosas cantidades de alimentos son descubiertas tratando de infiltrarse de manera ilícita a través de las fronteras terrestres y marítimas del país, donde existe un control totalitario por parte de las fuerzas militares venezolanas que impiden el traslado de productos a través de los caminos legales de la fronteras gracias al cierre parcial.

El proceso actual genera que se haga más profunda la crisis alimenticia de la gran mayoría de la población, al igual que la problemática económica de Venezuela. La forma más rápida de acabar con ella, sería levantar los controles de precios, los controles y trabas en los procesos de importación y producción de la materia prima. Controles que durante su aplicación, solo han creado que este problema sea un negocio lucrativo para todo aquel que se encuentre en una posición privilegiada de poder que le permita accionar sin sufrir de las consecuencias de la justicia.

Este problema agrava cada vez más la situación del venezolano promedio, sumergiendo a ese gran segmento de la población dentro de la desesperación, hambruna y pobreza extrema. Grande es el conflicto cuando las futuras generaciones nacen dentro del caos de la extrema necesidad y buscan caminos alternos con la finalidad de sobrevivir a través de medios fomentados por la violencia que generan inconvenientes en el proceso del desarrollo de una nación.