El desarrollo capitalista viene aparejado con una fuerte inversión y vocación por consumar logros científicos y tecnológicos. Las economías que más crecen destinan ingentes recursos públicos y privados en la formación de capital humano, en investigación y desarrollo, en patentamientos, construcción de polos creativos que se convierten en fuentes generadores de innovaciones en todos los campos imaginables. La cuarta revolución industrial.

Un mundo con más gente y más interdependiente se hace también más complejo y exigente. Administrarlo y hacerlo gobernable exige de los países y sus sociedades una disposición total por organizar su inteligencia y hacer gestión efectiva del conocimiento. Esto de la mano de las más amplias libertades económicas y un entorno  abierto al riesgo y al emprendimiento. Por cierto que, en estos casos, el sesgo ideológico pierde terreno y cede posiciones al pragmatismo.

Las políticas económicas, científicas y tecnológicas se sincronizan lógicamente, bien obligados por las circunstancias tanto como por el acelerado impulso que los mismos descubrimientos van propiciando. Y van tan rápido que, en general, las instituciones no están en capacidad de seguirles el paso, entonces puede que se imponga un cierto caos o dificultades para regular asuntos que requieren reglas y condiciones de juego transparentes a riesgo de que las lagunas normativas sean aprovechadas por grandes monopolios, por el crimen organizado o que los derechos de propiedad intelectual sean vulnerados, como de hecho sucede de forma reiterativa, etc.

Hay perdedores y ganadores. Las 20 primeras empresas del Fortune 500 no aparecían hace apenas 20 años atrás. Las que hoy aparecen son todas del mundo de la tecnología. Siete países del continente asiático manifiestan significativos avances en sus economías superando con creces a países europeos, otras fuentes de desarrollo tecnológicos hoy estancados o con notables obsolecencias, con contadas excepciones. Sólo basta con observar los más importantes indicadores de inversión y flujos financieros en el mundo.

En tal contexto cabe preguntarse cómo es que Venezuela, partiendo de su estado de postración total en el que se encuentra hoy y hasta nuevo aviso, va a superar el amplísimo margen que nos separa de la modernidad.

Dando como un hecho la necesaria transición para el rescate de la República y su reinstitucionalización es bueno saber que hay expertos desagregando ideas que se aproximan a las mejores prácticas de países competitivos: zonas académicas y económicas especiales, fondos de capital de riesgo para la promoción de emprendimientos de base tecnológica, digitalización de los servicios, desmontaje del caduco concepto de universidades autónomas, apertura total para el acceso masivo y libre a internet, modernos incentivos para el estudio de las ciencias básicas y aplicadas, nueva ley de ciencia y tecnología con apalancamiento financiero de la banca comercial, entre tantas otras propuestas para un nuevo sentido común de gobernabilidad.

Son muchos los desafíos, e insistimos en que el liderazgo, no solo el político, ha de procurar los consensos necesarios para apuntalar un futuro sin trabas totalitarias, sin adoctrinamientos ni cantos milicianos.

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