El nacimiento de la Neuroeconomía ha creado uno de esos raros momentos históricos en los cuales los economistas se detienen a reflexionar sobre las cuestiones fundamentales de nuestra ciencia: la interdisciplinaridad de los abordajes al problema económico, las fronteras de la economía, sus objetivos, cuestiones de validez o refutación de teorías, entre otros. El debate es hoy caliente, y figura en la agenda de muchos importantes congresos de economía alrededor del mundo, y las aguas están en parte divididas, aunque generalmente más inclinadas a favor de esta novel programa de investigación.

Por el lado de los detractores, tenemos como extremo a los ya famosos Gul y Pesendorfer, para quienes la Neuroeconomía es y será irrelevante para la Economía, tanto en evidencia empírica como en poder explicativo, ya que, según ellos, Economía y Neuroeconomía se formulan diferentes preguntas y a consecuencia de ello, utilizan diferentes abstracciones. Para ambos autores, los modelos económicos no deben hacer supuestos acerca de la fisiología ni de la psicología del cerebro; otorgando a la Neuroeconomía tan sólo el módico rol de fuente de inspiración para los economistas, en la medida que nuevos estudios neuro desentramen nuevas cuestiones relacionadas con la toma de decisiones, y siempre y cuando los modelos incluyan variables acerca de qué un agente económico elige y no acerca de cómo un agente económico elige.

Por suerte, hoy prácticamente nadie en la profesión piensa que la Neuroeconomía sea irrelevante para la teoría económica, de hecho hay quienes piensan que la Neuroeconomía va a permitir que la Economía, tradicional ciencia social, se acerque a los métodos de las ciencias naturales, que utilizan mucho más el proceder inductivo que el deductivo, y que suelen ser más rigurosas desde el punto de vista epistemológico que las sociales.

A quién le puede caber dudas de que la Neuroeconomía, en un corto lapso de tiempo, nos ayudará a entender cuestiones económicas tan psicológicamente intrincadas como los fenómenos de ilusión monetaria, los sticky prices keynesianos y la interacción estratégica en teoría de juegos, entre otros temas; todas cuestiones que hoy la economía matemática de racionalidad perfecta no deja bien fundamentado en absoluto.

Hoy es difícil encontrar teóricos que critiquen frontalmente la empresa neuroeconómica, ya que la mayoría lo sigue viendo como “una esperanza a futuro”, más que como una “moda pasajera”. De hecho los autores ya hablan de dos neuroeconomías distintas, o mejor dicho, de dos programas de investigación distintos dentro del mismo campo: Behavioral Economics in the Scanner (BES) y Neurocelullar Economics (NE).

En lo que respecta a BES, es la rama de la Neuroeconomía que trata de testear vía neuroimágenes (entre otras técnicas) los principales postulados de la Economía Conductual; mientras que la otra rama (NE), sigue el camino inverso: aplicar modelos económicos para entender el funcionamiento del cerebro.

Finalmente, será la epistemología de la economía la que termine decidiendo la validez científica de la Neuroeconomía, en cualquiera de sus dos ramas. En opinión de Bernheim, un estudioso y de alguna manera crítico de la Neuroeconomía, recién cuando esta nobel e híbrida disciplina nos provea de un modelo que mejore nuestra medición de las relaciones causales estudiadas por los modelos tradicionales, se habrá superado la prueba necesaria para su aceptación plena. Esto es lo que se ha dado en llamar el Desafío Bernheim. Esto es el resultado del triunfo epistemológico de Milton Friedman, allá por mediados del siglo XX, al establecer el blindaje que aún hoy sostiene científicamente a la teoría económica tradicional, ya que esta última predice bastante aceptablemente, a pesar de su supuesto de racionalidad irreal.

Pero supongamos que efectivamente los modelos neuroeconómicos no logren superar nunca a los tradicionales en capacidad predictiva y tan sólo los igualen, los neuroeconomistas no podemos conformarnos con el triunfo del “Malabarismo F” con los supuestos, con un “todo vale mientras prediga bien el modelo”. Si las neurociencias permiten modelizar correctamente la racionalidad humana al tomar decisiones económicas, los neuroeconomistas tenemos la obligación científica (y también moral) de utilizar dichos conocimientos, aunque exista la posibilidad de que los modelos se complejicen. Es hasta una cuestión de “tranquilidad de conciencia científica”. En ese sentido, compartimos con Antonio Rangel que la Neuroeconomía puede muy bien convertirse en un campo de especialización dentro de la economía, más allá de que llegue o no a cumplir con el desafío Bernheim.