La Gran Crisis de los años 30 sin dudas marcó un antes y un después en teoría económica. El mundo entró en una crisis muy profunda, los niveles de desempleo y marginación se extendieron por todos lados, y los mecanismos de ajuste de mercado que antes funcionaban, ahora parecían no funcionar. Por aquel entonces reinaban en el mundo académico las teorías de clásicos y neoclásicos, como A. Smith, D. Ricardo, A. Marshall, S. Jevons, entre otros, y muy pocos se atrevían a discutirlas.

Los neoclásicos siempre argumentaron el pleno empleo para todos los factores de la producción, sosteniendo que si la economía se demoraba en llegar a su equilibrio, era por la existencia de desafortunadas intervenciones del gobierno o por poderes monopólicos (también culpa del estado), que impedían el correcto funcionamiento de la competencia. Y si bien estas teorías estaban lógicamente bien formuladas (dados sus supuestos), cayeron en cierto descrédito para explicar la realidad, dadas las rigideces político-institucionales que impiden los rápidos ajustes que necesita el modelo neoclásico. Es en este contexto donde aparece en la escena de la teoría keynesiana, como una nueva forma de pensar la economía capitalista y la intervención del estado, con sus políticas de moderación de ciclos, políticas fiscal y monetaria.

¿Pero cuál es la razón de tantas rigideces que traban el libre y rápido ajuste de los mercados? ¿Por qué pasan gobiernos tras gobiernos y no las eliminan? ¿Y aún más, por qué la gente no pide su eliminación a los políticos? Desde el punto de vista de las Neurociencias Cognitivas, la respuesta es simple: el cerebro de la gran mayoría de los seres humanos busca seguridades, previsibilidades y rigideces que lo mantengan en equilibrio neuropsicológico, o sea todo lo contrario al cambio rápido que necesitan los modelos neoclásicos para funcionar correctamente. De esta forma, para el cerebro humano no hay nada mejor que el cambio gradual keynesiano, al menos para el cerebro en su estadío de desarrollo actual.

Recordemos que nuestro cerebro no ha tenido tiempo aún para adaptarse al cambio rápido y permanente. La sociedad cambió hace poco. El boom de descubrimientos y de tecnología que fomenta estos cambios permanentes recién aparece con fuerza a finales del siglo XX. No ha habido tiempo aún para que nuestro cerebro se adapte a tanto cambio acelerado, para consuelo de los economistas liberales.

Ganglios basales y Aversión a los cambios

Uno de los hallazgos de más importancia para la Neuroeconomía tiene que ver con el papel que juegan los ganglios basales y el funcionamiento de la memoria en la natural aversión humana a los cambios. Los ganglios basales son los responsables de priorizar las opciones que nos encaminaron hacia el éxito en el pasado, en lugar de explorar nuevas alternativas. Esta forma de actuación es una manera de ahorrar energía que tiene el cerebro humano y explica por qué tendemos a mantenernos en la zona de confort, repitiendo viejos patrones que ya nos surtieron buenos resultados anteriormente.

Y si bien la neuroplasticidad del cerebro (su facilidad para crear nuevas conexiones neuronales) permite el potencial de adaptarnos a los cambios, la tendencia natural humana aún es hacia los cambios lentos, o hacia el «no cambio». De esta forma, nuestras instituciones políticas y sindicales juegan en ese sentido, como reflejo de nuestra tendencia natural a no cambiar lo que es cómodo, dotando a todo el cúmulo de rigideces keynesianas e institucionalistas de sustento neurocientífico.

En resumen

Nuestro sistema nervioso central tiene estructuras milenarias que rechazan el cambio. Una de ellas, por ejemplo, es el tronco cerebral, donde están los llamados ganglios basales. Allí están las conductas que hemos aprendido y, una de sus características es que tiene neofobia, es decir, miedo a lo nuevo. Este es un factor neto de rigidez keynesiana y de resistencia al cambio.

Por lo tanto, la ansiedad y el estrés son la punta del iceberg de la respuesta de un sistema nervioso (central y periférico) que no está preparado aún para los cambios rápidos. De esta forma, la pléyade de rigideces institucionales gradualistas que aman los políticos (y que tanto odian los liberales), son las que Keynes entendió a la perfección hace siglo atrás, para generar una nueva visión económica.

Realizar cambios representa abandonar lo conocido y nuestro cerebro se resiste a lo que le es desconocido, pues lo interpreta como peligro para la supervivencia y esa es la razón por la cual, cambiar no nos resulta tan sencillo.