La propuesta de dolarizar la economía venezolana no es nueva, a comienzos de los años noventa, el economista Hugo Faría fue de los primeros en proponer formalmente la dolarización, dentro de una propuesta orientada a devolver las libertades económicas, garantizar los derechos de propiedad y reducir las barreras al comercio internacional, así como disminuir la intervención del Estado en los asuntos económicos. Desde entonces, el tema viene apareciendo con frecuencia en el debate académico entre los economistas, sin embargo, su resonancia en la opinión pública siempre ha estado relacionada con los episodios de aceleración de la inflación, devaluación, y en términos generales, con la agudización de la crisis económica.

En 2015, una inflación de 180% y la depreciación del tipo de cambio no oficial de 79%, así como una contracción económica de 6,2%, elevó el tema de la dolarización a la opinión pública, sirviendo de inicio para una interesante secuencia de artículos sobre la dolarización en medios de comunicación y portales de Internet, donde se han presentado los distintos puntos de vista sobre el tema y alertando ampliamente sobre sus inconvenientes. En 2018, en medio de un colapso macroeconómico, sin precedentes en la historia del hemisferio occidental, el tema de la dolarización nuevamente volvió a la opinión pública con mucha más fuerza de la mano del economista Francisco Rodríguez, quien propuso abiertamente dolarizar la economía venezolana, como parte de un programa de estabilización para abatir rápidamente la hiperinflación y revertir cinco años consecutivos de contracción económica.

Dejando de lado los argumentos a favor y en contra expuestos en la secuencia de artículos, así como sus aspectos operativos, la dolarización de la economía venezolana requeriría de una reforma de la Constitución, y su posterior aprobación vía referendo. Esto dejaría en la sociedad la decisión final de adoptar dicho esquema cambiario, con el riesgo de no comprender completamente los alcances, las ventajas y consecuencias de la medida, lo que puede traducirse en frustración y descontento. Los resultados de los recientes sondeos de opinión muestran que el reemplazo del bolívar por el dólar tiene una amplia aceptación de entre 53% y 63% de los venezolanos. El elevado respaldo al esquema cambiario no debería tomar a nadie por sorpresa, debido al desplome del poder de compra de los hogares como resultado de la hiperinflación y la maxidevaluación del bolívar (oficial y paralelo) de los últimos años, así como una historia de alta inflación y frecuentes devaluaciones desde los años ochenta.

La dolarización no es una solución mágica a los problemas, como acertadamente lo han explicado sus críticos, e incluso sus defensores, en los diversos artículos y entrevistas, y en ese sentido, los ciudadanos deben entender que la adopción de un determinado régimen cambiario no resolverá los problemas económicos que enfrenta el país. Si bien, el reemplazo del bolívar por el dólar lograría detener de inmediato el ritmo de deterioro que vienen experimentando los menguados salarios, la medida no impulsaría una recuperación automática del poder de compra de los hogares. Del mismo modo, la dolarización evitaría el uso de la emisión monetaria del banco central o la devaluación para cubrir el déficit público, pero no puede impedir una política fiscal irresponsable financie los déficit con un ritmo de endeudamiento insostenible.

Las experiencias de los programas de estabilización en la región basados en alguna forma de dolarización han tenido la ventaja, en el corto plazo, de una reducción más rápida la inflación algo no pude ser menospreciado en las actuales condiciones económicas del país. Los casos de Ecuador (2000) y de la caja de conversión en Argentina (1991) mostraron una rápida reducción de la inflación, en comparación con otros programas de estabilización tradicionales implementados en Perú y Brasil, donde lograr una inflación de un dígito requirió de un período mucho más prolongado. Sin embargo, perder el control de la política monetaria constituye un costo, a largo plazo, por la pérdida de un instrumento que permitiría atenuar el impacto sobre el empleo y el crecimiento de un eventual deterioro de los términos de intercambio.

El éxito de la dolarización, entendido como la materialización de sus ventajas a corto plazo (rápida disminución de la inflación) y minimizando los costos a largo plazo (asociados a la pérdida del control de la política monetaria), dependerá de la ejecución de un completo programa de reformas estructurales que mejoren la competitividad de la economía venezolana. Apostar por la dolarización requiere avanzar inevitablemente en un conjunto de reformas que pueden ser muy impopulares, y que en algunos casos, afectaría el sentido de progresividad de algunos derechos laborales y sociales planteados en la Constitución de 1999, así como requerir la modificación de otras disposiciones constitucionales y legales.

Las reformas que se requieren estarían orientadas a reducir el tamaño del Estado con un programa amplio de privatizaciones, definir un mecanismo de estabilización, disminuir la presión fiscal sobre el sector privado, fortalecer los derechos de propiedad, eliminar las restricciones a la inversión privada, simplificar el marco regulatorio, flexibilizar el mercado laboral, crear un sistema de pensiones que fomente el ahorro a largo plazo en el mercado de capitales y eliminar barreras al comercio internacional. Un conjunto de temas dónde los economistas tenemos diversos puntos de vista y que requieren lograr acuerdos duraderos con la política para adelantar las reformas necesarias que afectarán los intereses de algunos grupos de la sociedad.

El ambicioso programa de reformas y apertura económica que harían sostenible la dolarización, paradójicamente, también sería indispensable para lograr la estabilidad bajo otros esquemas cambiarios que mantienen la moneda local y el control de la política monetaria. El caso de Argentina, y su caja de conversión, ilustra muy bien las ventajas, limitaciones y peligros de implementar algún grado de dolarización sin completar las reformas, mientras que su historia de elevada inflación, bajo crecimiento y frecuentes crisis también muestra que los intentos de estabilización, manteniendo el control de la política monetaria, no han tenido el éxito esperado.

La clave del éxito de cualquier esquema cambiario (dolarización, tipo de cambio fijo o flotante, así como sus variantes) radica en la capacidad de los países de acompañarlos con reformas estructurales duraderas que promuevan la competitividad y el libre mercado. El actual apoyo de la opinión pública a la dolarización puede representar una oportunidad para poner el foco de atención en las reformas estructurales que necesita la economía venezolana, indispensables para modernizar el país, retomar las libertades económicas y revertir el avance del Estado sobre la economía de las últimas décadas. Si las reformas tienen éxito en instaurar plenamente las libertades económicas, el derecho de propiedad y el libre mercado, cada individuo tendrá la potestad y libertad de elegir en que moneda quiere realizar sus transacciones y salvaguardar su patrimonio. En ese sentido, la discusión y el debate deberían orientarse a impulsar un gran acuerdo nacional sobre las reformas estructurales que permitan retomar las altas tasas de crecimiento con baja inflación que caracterizaron a la economía venezolana entre 1920 y 1970.