La democracia en muchos lugares del planeta está en peligro. Esto era algo impensable cuando cayó el muro de Berlín en 1989, ya que significó el mero triunfo de la democracia liberal capitalista sobre la propuesta soviética. Y es que esto lo había predicho magistralmente Francis Fukuyama en su ensayo “El Fin de la Historia” publicado por la revista The National Interest en 1988. Sin embargo, tres décadas después está en duda la afirmación de Fukuyama de que no había alternativas concretas a la democracia liberal capitalista (como lo fue el fascismo y el comunismo en su momento).

Hoy en día vemos un creciente disgusto con la democracia liberal y una mayor apuesta a los fenómenos populistas de derecha en Europa y EEUU. Un reciente estudio por el Pew Research Center demuestra que en la media de un total de 27 países evaluados en una encuesta afirma que un 51 % de los encuestados no está satisfecho por la manera de cómo la democracia está funcionando en su país, mientras un 45% lo está. Las razones presentada en este estudio con respecto a este disgusto está relacionado con la economía, los derechos individuales y una frustración con la clase política. Por ello, es que se puede dar una explicación sobre el apoyo a los populistas que presentan una plataforma en contra de la clase política y capitalizar su frustración, y es que en este estudio se afirma también que quienes tienen una opinión desfavorable a la democracia en este momento tienden a tener una visión favorables a los partidos populistas en los respectivos países evaluados. Por ejemplo, en Francia quienes tienen una opinión desfavorable sobre el curso de la democracia en ese país tienen una visión bastante favorable al partido populista de extrema derecha “Frente Nacional” y es mayor que hacia la del partido populista de extrema izquierda “La France Insoumise”.

Una cuestión también de “identidad”, y no solo meramente con el curso de la economía.

El intelectual, Francis Fukuyama, hace poco afirmaba en una entrevista: “el ingreso medio del votante de Trump es superior al medio del país, no son sólo desempleados de fábricas, pero están resentidos con las elites liberales”. Esto demuestra que se abarca más que una cuestión con el manejo de la economía y la creciente desigualdad, sino con el “yo interior” que se quiere que se reconozca. Además, quizás es por esto que se apuesta por los fenómenos populistas de extrema derecha, en vez de izquierda dado que han logrado capitalizar correctamente con ese sentimiento y la izquierda ha sido incapaz de lograrlo proponiendo una narrativa que no es amplia hacia la ciudadanía común. El mejor ejemplo es dado, incluso, por el propio Fukuyama: Hillary Clinton en 2016 en su página web tenía una lista de 15 prioridades, y cada una de ellas tenía algo que ver con un grupo en específico. El error no estuvo en hablar sobre de estos asuntos identitarios sino de no hacerlos compatibles con la clase común y trabajadora con una narrativa amplia. Y esto fue lo que Donald Trump logró hacer apelando a los “blue collar workers”.

Los populistas a fin de cuentas se estrellan con la realidad, pero igual hay que hacer reformas para que funcione la democracia.

Lo que va a fulminar siempre al populismo es la realidad. Y así lo ha afirmado una y otra vez, el escritor Mario Vargas Llosa. Es lo que pasó en Venezuela y en otros casos. Creo que, también, muchos estadounidenses se han dado cuenta que con Donald Trump no hay futuro en ciertos temas esenciales como el cambio climático o la creciente desigualdad, e incluso con cumplir todas las promesas de campaña que él hizo como que México iba a pagar el muro fronterizo. Eso no significa que una vez que estos fenómenos fracasen, no haya que cambiar algunos aspectos de la democracia liberal capitalista. Más bien, hay que evitar las causas que originan estos movimientos populistas, y para ello hay que dar lugar a un capitalismo mejor que funcione para la clase media y tener una narrativa mucho más amplia sobre la ciudadanía común siendo compatible con políticas identitarias.