Tal y como se ha señalado anteriormente, Peter Drucker ubica el inicio de la Era de la Discontinuidad en la década de los años 60 del siglo XX, y es propicio el tiempo histórico indicado porque es precisamente allí donde el ingeniero y economista Klaus Schwab (1938), creador y presidente del Foro Económico Mundial (Davos, Suiza), también ubica el inicio de lo que ha denomina do “La Cuarta Revolución Industrial”. Para Schwab la economía global ha dado un gran salto por el uso intensivo de la tecnología, derivando en cambios trascendentales como el e-commerce, el bitcoin, el blockchain, el big data, Internet de las cosas (IoT) y las e-wallets, por mencionar algunas, donde el comercio y los servicios, así como también la actividad financiera, están mutando al fintech o financial technology, de la mano del blockchain.

Esta ola de cambios ha permeado también la actividad empresarial, así como la concepción gerencial y administrativa de las empresas tradicionales –industriales-, provocando lo que el economista y consultor empresarial David L. Rogers (1970), denomina en su libro: “Manual de la Transformación Digital: Repensando su negocio para la era digital” (2016), la “Transformación Digital Empresarial”, la cual está sucediendo en aquellas organizaciones que piensan, aprenden y están conscientes de la necesidad de cambio y adaptación a las exigencias de un entorno “glocal” y en “red” por efecto de la tecnología (p.e. BBVA). De esta manera, Schwab (2016) en su libro “La Cuarta Revolución Industrial”, separa esta revolución de las 3 anteriores, porque en su opinión “…en su escala, alcance y complejidad, la transformación de las estructuras económicas y sociales, es diferente a cualquier cosa que la humanidad haya experimentado antes.” (p. 15)

Ahora bien, Schwab delimita cuatro momentos históricos donde el conocimiento científico-técnico marcó cambios significativos distinguibles (revoluciones) en la producción de bienes y servicios, usos, costumbres y calidad de vida de la población. De esta manera Schwab (2016) señala que “…la Primera Revolución Industrial utilizó agua y vapor para mecanizar la producción.” (p. 12)  Esta referencia es del siglo XVIII año 1784, específicamente en Inglaterra, cuando el ingeniero mecánico escocés James Watt (1736-1819), realiza mejoras a la máquina de vapor atmosférico creada en 1712 por el inventor inglés Thomas Newcomen (1663-1729), dando como resultado la revolucionaria máquina de vapor.

La Segunda Revolución Industrial fue un hecho cuando se “…utilizó la energía eléctrica para crear la producción en masa.” (Schwab, 2016, p. 13)  Esto ocurrió en el siglo XIX entre los años 1866 y 1870 en el imperio alemán, de la mano del inventor Werner von Siemens (1816-1892), quien trabajando sobre los avances del físico y químico inglés Michael Faraday (1791-1867), descubre y patenta el principio dinamo-eléctrico, propiciando la creación de los primeros motores que funcionan con electricidad y magnetismo. Por su parte, la Tercera Revolución “…utilizó la electrónica y la tecnología de la información para automatizar la producción” (Schwab, 2016, p. 14), la cual se ubica en el siglo XX a finales de la década de los 60´s en los Estados Unidos de América, de la mano de la miniaturización de los procesadores de las computadoras, dando paso al desarrollo de la industria de los microcomputadores y software, liderada por Apple con Steve Jobs (1955-2011) y Stephen Wozniak (1950) y Microsoft con Bill Gates (1955), entre otros.

Es en el desarrollo del tiempo histórico de esta Tercera Revolución Industrial (1969), donde coinciden la Era de la Discontinuidad de Drucker y el inicio de la Cuarta Revolución Industrial de Schwab sin una clara demarcación, pero mostrando su carácter disruptivo al ser algo totalmente diferente a lo ya vivido en términos penetración y alcance tecnológico. Porque es acá donde la automatización de la producción por el uso de la electrónica y la tecnología de la información, genera cambios transcendentales en el uso de los factores de producción y la generación de bienes y servicios, posibilitando la creación de sistemas ciberfísicos que abren la puerta al “transhumanismo”, de la mano de la conexión hombre-máquina, tal y como propone el ingeniero y emprendedor de tecnología Elon Musk (1971), con la creación de la Starup “Neuralink”, que ya se encuentra (2017) estudiando cómo conectar al cerebro humano con inteligencia artificial (IA), para “subir” información y experiencias al cerebro, trastocando los límites de la realidad y la percepción humana.

Esta Cuarta Revolución Industrial es parte de lo que el psicólogo Don Tapscott (1947) ha denominado “Economía Digital”, y su desarrollo se encuentra hilvanado al advenimiento del internet en manos de los científicos de computación, Sir Tim Berners Lee (1955) y Vint Cerf (1943), quienes desde la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) por sus siglas en inglés, inventaron la World Wide Web (W3) y el protocolo de comunicación Hyper Text Markup Language (HTML) en agosto de 1991, para establecer comunicación en la red de computadoras del CERN, utilizando la estructura desarrollada en los Estados Unidos de América por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados (ARPA) por sus siglas en inglés, con un éxito tan inesperado que posteriormente lograron conectar al mundo, en una de las serendipias más grandes del siglo XX, cambiando la forma como pensamos, aprendemos, trabajamos y vivimos en la actualidad.

De esta manera, es en la Economía Digital donde se han creado las condiciones para el surgimiento de la sociedad postindustrial que definiera Bell, así como de la “Sociedad Postcapitalista” de Drucker, configurando un mundo donde el conocimiento es el principal recurso de generación de bienes y servicios, así como también la fuente de producción primaria para crear riqueza, prosperidad y bienestar para la gente. Esto queda aun más en evidencia cuando el economista Guido Stein (1965) y el sociólogo Eduardo  Rábago (1963) afirman en su libro “Dirigir personas: la madurez del talento” (2014), que «el conocimiento es el núcleo de los recursos de la economía, el factor crucial del capital y de los costos» (p. 30), por esta razón la formación y agregación de valor del individuo y las empresas son cruciales para el desarrollo de la Economía Digital.

La expansión a gran velocidad y a nivel mundial de la nueva economía, ha encontrado en la “Economía Colaborativa”, la palanca para impulsar los cambios e innovaciones de la tecnología el conocimiento y la información en sociedad. Esta economía de la colaboración es entendida como un sistema de información y apoyo digital (p.e. socialmedia, crowdsourcing, crowdfunding, etc.) en el que se comparte e intercambia data, información, criptomonedas, bienes y servicios, a través de las cada vez más especializadas y móviles plataformas digitales, que crecen bajo una filosofía de código abierto (open source), alimentándose de los aportes de múltiples consumidores y usuarios (prosumidores/consumactores) que ahora asumen un rol protagónico o “dos punto cero”, al crear, o colaborar en la creación, desarrollo o patrocinio de nuevos productos, ideas o emprendimientos, de personas, empresas o gobiernos, que empoderados con el “conocimiento” y la “información” colectiva son capaces de agregar valor como nunca antes se había visto.