Somos protagonistas de una tragedia de repercusiones extraordinarias, tanto como catastróficas. Nos tocó a los venezolanos de estos tiempos sufrir en carne propia la crisis total de un sistema de vida que hizo aguas por todos lados, afectando asuntos tan abstractos como la moral del país y tan terrenales como poder cubrir las necesidades más básicas para garantizar la subsistencia. Este territorio inmenso se ha hecho hambre, miseria, abandono y violencia.

Las historias familiares están atravesando momentos cruciales, decisiones de vida que quiebran tradiciones, encuentros, lugares comunes, empresas e ilusiones. La economía está siendo vapuleada por una ola inacabable de hiperinflación y escasez que sólo un porcentaje pequeño de la población está en capacidad de sortear. La perdida de fe en una pronta solución se manifiesta en tanta gente procurando la venta urgente de activos con los cuales sumar una base mínima con la que poder irse e instalarse en otros países con los sufrimientos e incertidumbres que ello conlleva.

La desesperación social ha tomado un ritmo vertiginoso, tanto que las misiones, el Clap y los subsidios generalizados se hicieron insuficientes, al igual que tener un empleo público. No hay cifras oficiales, pero las instituciones del Estado están padeciendo un fenómeno de renuncias masivas y el ausentismo laboral se hizo habitual. En Corpoelec se han desincorporado, desde inicios del año 2018, no menos de 15 mil trabajadores. En CANTV y en PDVSA se observa la misma tendencia. Sólo por nombrar instituciones emblemáticas de la burocracia estatal. Situación que se repite aguas abajo y que, en cierta medida, explica el creciente colapso de los servicios.

Todo apunta al avance del monstruo de la destrucción. No se aprecia en la élite gobernante una mínima ni sincera intención por rectificar, todo lo contrario insisten tercamente en forzar el modelo y la realidad nada que les da el gusto. Las crecientes manifestaciones de molestia y hastío, incluso entre fieles seguidores, no hacen sino confirmar que el país se les fue de las manos, constituyéndose en un problema mayúsculo para los vecinos que están urgidos en decidir las presiones a que haya lugar para que el tsunami migratorio no los consuma y que la salida sea tan pacífica como sea posible.

Reconstruir un país no es tarea sencilla, no es cosa sólo de liderazgo y voluntad, aunque hará falta y mucho. Tendrán que confluir tantos factores que nos exigirán un nivel de desprendimiento ciudadano superior. Es la comunidad internacional cooperando con insumos, asistencia técnica, dinero y logística. Son las ONGs ayudando a recomponer las tramas sociales. Los gremios empresariales, profesionales y sindicales acordando medidas para la reactivación productiva y el resurgimiento de los servicios. Son las comunidades organizadas atendiendo a las poblaciones más vulnerables. El receteo y nuevo diseño de la institucionalidad. Las organizaciones políticas reinventándose para mejor interpretar el drama y conducir a soluciones verdaderamente sostenibles que superen la vaca loca del rentismo. Es la institución familiar recomponiéndose. La intelectualidad del país ayudando a nutrir los valores de una sociedad descompuesta. Y la nueva agenda del país. Etcétera.

Menos mal que gente buena y dispuesta sobra y nunca será tarde para intentarlo. Mientras, sobrevivimos.