Al mismo tiempo que el modelo capitalista, en cualquiera de sus vertientes, ha generado inmensas riquezas y facilitado que un número considerable de personas  en el mundo hayan salido del umbral de la pobreza y se incorporen a la sociedad del acceso; en paralelo se generan situaciones de riesgo que amenazan la seguridad alimentaria, la productividad de las tierras, la disponibilidad de recursos hídricos, la calidad del aire y, en general, la supervivencia de los ecosistemas acuáticos y terrestres. Hay un consenso global y bastante extendido de que, en efecto, la intervención del hombre aceleró los procesos de cambio climático cuyos indicadores reflejan serios desequilibrios y peligros para la sostenibilidad de la vida en la tierra en el mediano y largo plazo.

En tal sentido, los gobiernos, los organismos multilaterales, la comunidad científica, la comunidad industrial, la sociedad civil organizada, las universidades, los centros de investigación y desarrollo, etcétera, han adelantado acuerdos para que globalmente se adopten medidas que supriman las causas y mitiguen los efectos del cambio climático. El Protocolo de Montreal, el Acuerdo de París sobre el Cambio Climátco, los Objetivos de Desarrollo del Milenio, los Objetivos del Desarrollo Sostenible 2030, son los convenimientos más relevantes que comprometen a los países desarrollados y los que están en vías de desarrollo, estableciendo metas comunes pero diferenciadas. Por cierto, no sin poca resistencia y polémicas decisiones, entre otras el hecho de que EEUU se haya retirado del Acuerdo de París que, junto a Siria y Nicaragua, figuran como los únicos países que no se suman a las iniciativas acordadas..

Los países desarrollados se han comprometido con un fondo de 100 mil millones de dólares para facilitar los procesos de adaptación y cambio de patrones tecnológicos, productivos y de consumo de los países en vías de desarrollo. Tan significativo monto debe ejecutarse en el periodo 2015-2020 y, se supone, sirven para torcer el rumbo de los procesos de contaminación, desgaste de recursos, desertificación y disposición final de desechos. Obviamente en cinco años no se logra revertir el daño causado ni 100 mil millones son suficientes para hacer la transición a la economía sustentable, aunque no deja de ser un avance y un movimiento estratégico relevante, las inversiones que hay que hacer en prevención, mantenimiento y desmontaje o rediseño de infraestructuras son muy superiores.

El interés que despiertan estas acciones supranacionales viene dado por el ritmo vertiginoso con el que se vienen sucediendo eventos naturales cada vez más devastadores en prácticamente todo el planeta. Inundaciones, terremotos, tsunamis, aumento de los mares, descongelamiento de glaciares, tornados, aumentos o bajas de temperaturas en rangos extremos, la desaparición paulatina de especies, entre otros, que a su vez son causantes de enfermedades, plagas, éxodos forzados, hambrunas, desaparición de vastos territorios, escasez de alimentos y agua.

Las áreas donde se hace más visible la intervención giran alrededor de ejes temáticos como: energías renovables, ciudades sostenibles, agroindustria, transporte, tecnologías limpias, climatización. Algunos resultados están a la vista: incorporación masiva de paneles solares, autos eléctricos, fuentes de energía eólica, nuevos materiales, automatización y digitalización de procesos, sostenibilidad fiscal, manejo ecoeficiente de los residuos sólidos, ciudades resilientes. Todavía es mucho lo que falta por hacer, pero lo cierto es que el mundo avanza a un modelo de sostenibilidad distinto al que hemos conocido y hay grandes incentivos para la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación en alternativas energéticas, aumento en el ciclo de vida de los productos, producción limpia, biotecnología, robótica, ecoturismo y movilidad. Hay países que están haciendo la tarea y están a la vanguardia, algunos se están montando al vagón y hay otros que ni se enteran que por aquí va el mundo.