Hay que reconocer que ha habido un cambio de tono en el debate de la dolarización en Venezuela, a diferencia de ocasiones anteriores los argumentos a favor se encuentran basados en la teoría económica y el análisis formal de experiencias de estabilización de episodios de alta inflación. Dentro de este renovado debate se encuentra el post de mi profesor, colega y amigo Raúl Crespo publicado en este medio.

El argumento de Raúl a favor de la dolarización gira en torno a dos ideas: la primera, el hecho de que en Venezuela no se perdería la política monetaria como instrumento de política debido a que nunca se ha tenido una libre flotación del tipo de cambio; la segunda, que la efectividad de la política monetaria en nuestra economía es limitada debido a que el canal de transmisión de la misma es bajo, como consecuencia de la poca sensibilidad de la inversión a cambios en el tipo de interés y porque no se satisface la condición Marshall – Lerner.

Quien me ha leído sabe que no estoy a favor de la dolarización por diversas razones que expongo acá y acá, pero en el presente escrito me concentro en los puntos enunciados por Raúl.

Es cierto que en Venezuela la práctica de la política monetaria se ha alejado de los estándares internacionales, no solo por la ausencia de un tipo de cambio flexible que limita el manejo de las tasas de interés, sino debido a varios factores entre los cuales se encuentran un largo período de tipos de cambio múltiples, tipos de interés controlados, ausencia de un mercado de deuda pública en moneda local lo suficientemente profundo para realizar operaciones de mercado abierto (recordemos que el BCV realizaba estas a través de pasivos propios), etc. Pero también es cierto, que el no haber disfrutado de las condiciones para llevar a cabo una política monetaria no es un impedimento para aspirar a crear el entorno necesario con el objeto de poder emplear el control de la base monetaria y las tasas de interés, con el fin de alcanzar los objetivos de estabilidad de precios, del sistema financiero y el sistema de pagos.

La pregunta relevante en este caso sería ¿Qué es lo mejor para alcanzar los objetivos de estabilidad de precios y crecimiento sostenido no solo durante la estabilización sino posterior a la misma? ¿Prescindir de la política monetaria o no? A mi juicio el contexto en que debemos evaluar la dolarización, es considerar esta como uno de varios arreglos de política monetaria, y analizar dado las características de la economía venezolana que arreglo es superior en términos de alcanzar unos objetivos concretos de política.

En relación a los canales de transmisión trato cada uno por separado.

Uno de los aspectos en los que se concentra el post de Raúl son los efectos de una depreciación nominal del tipo de cambio en la balanza comercial. Menciona de manera correcta que los mismos dependerán de las elasticidades de las importaciones y exportaciones con respecto al tipo de cambio nominal. No obstante, ante un choque externo que disminuye la disponibilidad de divisas y encarece el endeudamiento externo, la economía necesita una depreciación real que reasigne recursos del sector no transable al sector transable, y dicha depreciación se debe realizar sea el tipo de cambio fijo o flexible.

Como ha demostrado la experiencia reciente de la zona euro, en ausencia de una política monetaria soberana y precios nominales rígidos a la baja, la depreciación real se realizará vía cantidades, específicamente a través de una caída real de los salarios y mayores contracciones de la producción, el empleo y el crédito. Este caso es particular y no sería análogo al de una dolarización, ya que la zona euro posee un banco central supra nacional que aplicó una política monetaria expansiva como respuesta a la crisis para mantener la salud del sistema financiero y sostener el valor de la deuda pública. Imaginemos los ajustes de países como España, Grecia, Portugal o Irlanda sin la actuación del Banco Central Europeo y la asistencia financiera de los organismos europeos, instituciones que no existirían en una hipotética dolarización en Venezuela. Perder el tipo de cambio como herramienta que facilite una depreciación real implicaría un ajuste mucho más doloroso para la población.

Un par de autores que han tratado con mucho detalle y formalidad el tema del régimen monetario óptimo en pequeñas economías abiertas, Martín Uribe y Stephanie Schmitt-Grohé, han demostrado que cuando este tipo de economías se encuentran expuestas a choques externos en presencia de salarios y precios nominales rígidos a la baja, esquemas monetarios tan rígidos como la dolarización o los tipos de cambios fijos suelen ser la peor opción en términos de volatilidad del los principales agregados macroeconómicos.

El otro canal de transmisión de la política monetaria que menciona el post es la respuesta de la inversión a cambios en el tipo de interés. Más allá de que la inversión depende además del acceso al crédito y las expectativas de desempeño económico agregado, las cuales pueden depender de la política monetaria, me concentro en otro tópico.

Un aspecto que caracteriza a la macroeconomía moderna en relación al enfoque dominante antes de los años 70 del siglo pasado (síntesis neoclásica), es la comprensión de que los parámetros que representan la respuesta de hogares y empresas ante cambios de políticas no son invariantes. Es decir, si se implementa un programa de ajuste y estabilización que señalice un cambio radical en la forma de manejar la economía, las expectativas de los agentes económicos deberían cambiar y por ende cómo estos responden a las políticas.

Un cambio en las reglas del juego económico, ya sea en presencia de una dolarización o no, tiene como objetivo un cambio en las expectativas que precisamente debería incentivar la inversión al hacerla más atractiva en el nuevo entorno. De ser así, la política monetaria podría ser relevante en este régimen en la medida que el banco central emplee esta para anclar las expectativas de inflación y por ende de las tasas de interés reales.

Prescindir de la política monetaria acarrea costos y un solo beneficio, el no empleo de la financiación del déficit fiscal con dinero primario, pero este último tema es institucional y su solución no es desprenderse de un instrumento que ha sido empleado con éxito en países con distintas características. El problema de fondo es la existencia de un arreglo institucional proclive a enormes desajustes fiscales en épocas de bonanza económica y que se encuentra estrechamente ligado al esquema de apropiación y reparto de la renta petrolera acompañado de la ausencia de reglas de política fiscal, lo cual genera un entorno propicio para una política clientelar basada en el reparto de prebendas.

Quien pretenda que un arreglo monetario rígido no solo sea sostenible a lo descrito en el párrafo anterior, sino que además resuelva este problema institucional, debe estar preparado para una decepción.