Emigrar era una palabra ajena para los venezolanos, solo se entendía en un solo sentido, significaba gente que venía buscando sueños, escapando de las carencias, de los horrores; llegaron de todos lados: de Italia, España, Portugal, Colombia, Alemania, Ecuador, Chile, encontraron refugio en la ribera del Arauca vibrador, sembraron, cosecharon, se quedaron, hicieron suya esta tierra de esperanza donde dejaron hijos, nietos, bisnietos.

Pero llegó el comunismo en forma de revolución bolivariana y con ella el peor y más profundo proceso de destrucción social, económico, institucional y moral, solo comparable con las guerras mundiales, los hijos, nietos y bisnietos deciden retornar a las tierras de los abuelos. El deterioro continuado y acelerado de la calidad de vida, producto de la implementación de nefastas políticas, ha propiciado el éxodo de los venezolanos, que según diversas organizaciones ronda los cuatro millones de personas que han salido del país. Igualmente, se estima que en los próximos dos años, se pueden sumar a este número, dos millones de venezolanos. Es evidente que ha sido una política de Estado, resulta inocultable la premeditación del caos.

Por otra parte, la cantidad de emigrantes venezolanos que crece cada día, resume en una cifra la ineptitud del gobierno; todos quieren irse porque no hay razones para quedarse, salvo para quienes comulgan con el modelo socialista. El daño moral resulta incuantificable; el desmembramiento familiar tiene consecuencias en la sociedad, se acentúa la disfuncionalidad. De igual forma, desde el punto de vista económico son innegables los efectos que sobre la oferta agregada tendrá la diáspora en el mediano y largo plazo, la merma en términos de trabajo y capital humano, la contracción de la esperanza. Cada día el país se queda sin posibilidades de crecimiento.

Sin embargo, aunque sea negada de plano, esta situación debe haber llamado la atención de las autoridades bolivarianas, quienes deben tener claro el impacto de este éxodo imparable puesto que han decidido “dar a luz forzosamente al hombre nuevo”. Para esta macabra misión socialista, se ha dispuesto una política basada en incentivos dirigidos a suplir las vacantes poblacionales.

Estos incentivos proponen pagar Bs. 700 mil (unos US$ 3) a cada mujer embarazada y un bono de Bs. 1.000.000 (US$ 4,5) a la fecha del parto, cuyos gastos están cubiertos; sin contar con que la gran mayoría de las futuras madres se ha beneficiado de vivienda, comida, mobiliario y vehículos a precios irrisorios producto de políticas sustentadas en subsidios directos, producto del populismo como forma de gobierno. Todo esto resulta más incomprensible en medio de una recesión económica que va para cinco años con escasez de alimentos y medicinas.

Aunado a esto, según las cifras del portal www.hogaresdelapatria.org, para enero de 2018 están registradas 209.445 mujeres embarazadas en el denominado Carnet de la Patria; el gobierno se compromete a mantenerlas con un bono mensual, que visto los impactos de la hiperinflación, cada día se hará más insuficiente y tendrá que ser aumentado con la ayuda del Banco Central de Venezuela, contribuyendo de manera directa en el aumento imparable de los precios.

A pesar de todo, lo realmente maquiavélico de esta nueva misión socialista es que esos niños tendrán desde su periodo de gestación el sello del “Hombre Nuevo”, su nacimiento será por obra y gracia de la revolución bolivariana. En esta Venezuela se premia el embarazo y se penaliza la educación. El bono de nacimiento, supera el deplorable salario mínimo y se iguala al de un profesor universitario.

Y así, generando embarazos a base de incentivos, el gobierno estima suplir la diáspora de jóvenes formados y preparados que aspiran a un país mejor para sustituirlos por un ejército de “hombre nuevos” socialistas, chavistas y anti-imperialistas desde el vientre materno, agradecidos con la revolución por la vida, la comida, y la vivienda.

El mensaje es claro: el gobierno promueve estos bonos protectores para garantizar continuidad, su permanencia en el poder a cualquier costo, incluso, condenar a la pobreza al “hombre nuevo” que incentivan a nacer.