Estamos viviendo momentos donde la interacción social se ha dislocado puntualmente por el evento COVID-19, que todo lo ha cambiado y transformado en su avance por el mundo, dado que los gobiernos tomaron como opción ante la ausencia de una vacuna (marzo 2020) el “distanciamiento físico y social” para evitar el contagio a gran escala. Sin embargo, esta medida ante la ausencia de una visión clara en manos de los gobiernos del mundo, fue de laxa aplicación en gran cantidad de países, ocasionando un efecto “intermitente” de contagio en diversos grupos sociales.

A casi un año de la declaratoria del COVID-19 como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y al ya tenerse varias opciones de vacunas desarrolladas en tiempo récord por primera vez en la historia (enero 2021), la posibilidad de ir recuperando los espacios de trabajo, estudio, sociales y de diversión perdidos obligatoriamente por el “distanciamiento físico” no parecen estar muy lejos en línea de tiempo. Sin embargo, estudios recientes de las universidades de Harvard, Oxford y John Hopkins sitúan un posible regreso a una interacción social parecida, pero nunca igual al momento previo al COVID-19, entre los años 2022 y 2023, lo que nos obliga a replantearnos todo nuestro accionar.

Es así como lo que comenzó siendo una salida temporal a la dificultad de encontrarnos y estar muchas personas bajo un mismo techo durante largo tiempo, se ha terminado convirtiendo en parte fundamental de nuestros modelos de negocio personal y laboral. Esa “digitalización”, uso de “plataformas digitales”, trabajo “remoto”, reuniones vía “Zoom”, clases vía “Google Class Room”, exámenes vía “Google Docs”, mayor uso de grupos de “Whatsapp” y “Telegram”, por citar algunos ejemplos, hoy son parte de nuestro día a día, y la correcta imbricación de estas con nuestras actividades, funciones y deseos puede desembocar en un rotundo éxito o fracaso.

El acelerado proceso de “alfabetización digital” que estamos experimentando en el mundo entero, no pudo haberse dado en otro momento. Y esto es así porque nunca antes habíamos tenido la necesidad de saber, aprender y conocer sobre la tecnología que nos permite seguir trabajando, haciendo intercambios, transfiriendo dinero, estudiando y comunicándonos con los demás todos los días. Solo la “transformación digital” como proceso personal, con sus aciertos y errores, nos ha brindado las herramientas para siempre estar atentos y abiertos a los nuevos retos que la tecnología, como un gran habilitador, nos presenta.

Este cambio e integración social con lo digital, afecta a las personas, empresas, gobiernos e instituciones porque todas ahora deben conectar mayormente en espacios virtuales a través de internet y de la digitalización del valor de las cosas. En este sentido, ya no es un cliché hablar de lo digital, ahora es una necesidad comprender de qué manera debo conectar y desarrollar competencias para continuar desarrollando mi modelo de negocio y actividades económicas, así como también las académicas, las de recreación y comunicación.

No es cualquier cosa el reto que tenemos enfrente, porque sigue existiendo una brecha digital en nuestra sociedad, que se acentúa con la edad, sexo, calificación, grados académicos, nivel de ingreso, ubicación geográfica y hasta el tipo de gobierno existente en el país de origen. Esto es conocido también como “disonancias” de la economía digital, y son precisamente estas disonancias las que se atacan y corrigen con la transformación digital, es por eso indispensable su aceleración, para que se acorte la brecha y se ajusten las posibilidades de la población, mientras reconstruimos los canales físicos de interacción social en los mejores términos.