Al cierre de un año que representa uno de los más difíciles para los venezolanos en las últimas décadas, año que estuvo plagado de eventos en todos los ámbitos, algunos previsibles otros no tanto, hacemos un recuento del camino recorrido, recuento válido no solo para saber cómo llegamos aquí, sino para tratar de fijar la ruta que nos lleve de retorno a una senda más próspera para todos.

Digamos en este punto que somos como El Bueno y El Feo en aquella película del Viejo Oeste, luchando por encontrar las monedas de oro en medio de una guerra civil (la Guerra de Secesión) obviamente bajo la sombra del Malo, el corrupto e inescrupuloso Sargento del Ejército convertido en pistolero que también quiere apropiarse del tesoro (sigo hablando de la película por si acaso esta última descripción los pudiera confundir).

En esto se ha convertido el país, en una trama clásica de supervivencia, reducida al viejo enfrentamiento entre la necesidad, la individualidad, la codicia y el ego. En días recientes nos estrenamos en un fenómeno nuevo, el de la hiperinflación, ya veníamos entrenando hace años para este tiempo, no son pocos los años que llevamos sometidos a niveles de precios que nos impiden la planificación presupuestaria desde hogares hasta empresas, y peor aún nos limitan el acceso a cada vez más productos, muchos de ellos vitales.

El Bueno, el hombre sin nombre, el ciudadano de a pie, que somos todos (porque los costos de repuestos y pasajes son los más hiperinflados) trata de entender esta nueva realidad, al tiempo que trata de reaccionar y debe ser rápidamente, al constante cambio de precios, a la constante pérdida del poder adquisitivo, y al constante reajuste de su presupuesto, cada día mas deficitario. El Malo, asesino a sueldo, sin escrúpulos y ladrón, no necesito decirles quien es, basta con decir que pasa su tiempo buscando culpables (que han sido multiespecie, intercontinentales, y hasta celestiales) de la crisis, de la ausencia de reglas, servicios, cuentas claras, gobernabilidad, salud, educación de calidad, calidad de vida para las personas, seguridad, soberanía y un sin fin de cosas que son su responsabilidad pero cuya ausencia nunca es su culpa, no importa cuántas armas políticas o físicas disponga para este fin, nunca tiene la culpa, nunca puede hacer nada aunque de todo tenga control, en un oxímoron de ineptitud y omnipotencia. Finalmente el Feo, ese que encuentra en esta locura un modo de vida, que se alimenta de las distorsiones y no pretende hacer nada por ayudar a corregirlas, es el funcionario corrupto, que vende el cupo para algún trámite administrativo a su cargo, el militar que en lugar de cuidar la soberanía la vende al mejor postor, el empleado bancario que cobra por conseguir efectivo, el estafador ladrón de cuello blanco que inventa empresas para sacar divisas preferenciales, el bachaquero, el que de una u otra manera no tendría ningún ingreso porque no tiene méritos para ganárselo si no existiera este montón de distorsiones que el malo ha creado y el bueno por omisión ha permitido.

Este devenir de estos 3 personajes, nos lleva a tener también un país que lo refleja. El Malo fiel a su esencia, lucha con las garras y a morir por proteger el poder que ostenta, está atrapado por su situación, ya no tiene la fuerza de los recursos del pasado, ya ni siquiera la fuerza de su herencia política lo acompaña, su maldad es evidente en su desidia, su falta de empatía, especialmente con un sector de la población al que conoce bien, lo aisló y lo cercó en su megalomanía de la que hoy es prisionero sin remedio. De su desahucio todos somos víctimas pues ha centralizado una cantidad de poder tal, que destruyó todo el tejido institucional, toda credibilidad en el sistema político y económico, y todo resto de república que podía quedar si es que alguna vez fue la Quinta. El Feo lo ayuda, porque a veces aunque dice adversarlo, hace todo lo que necesita hacer para mantenerlo allí, porque sin el malo no tendría razón de ser. Así, se queja de la burocracia pero cobra comisiones por gestiones, vende puestos en la cola, revende artículos regulados, se monta falsos dilemas y convoca debates caribeños para solventarlos, mientras abandona espacios, suspende luchas por motivos vacacionales, agrede a propios y contrarios que lo pongan en evidencia, se convierte en mercader de la esperanza y las buenas intenciones, manipula, le pone precio al futuro y lo subasta (en dólares) porque el bolívar y su poder de compra fueron las primeras víctimas del Malo en este tiempo. El Bueno, a pesar de todo, y aun en el peor de los panoramas, sigue buscando las vías, algunos la encontraron en Maiquetía, otros en las rutas que alguna vez recorrió Bolívar por la libertad, pero otros, las siguen buscando aquí, como las lombrices, en el peor de los entornos oxigenando la tierra, haciéndola fértil, reconstruyendo el tejido que dejaron arrasados el Malo y el Feo, creando espacios productivos, innovando en la manera de hacer negocios, borrando fronteras y uniendo distancias con sus talentos, convirtiéndose en empresarios de nuestro principal producto de exportación, que no es el petróleo sino la creatividad, la creación, el ingenio y la capacidad de emprender, captando por esta vía recursos del resto del mundo para reinventar y reinvertir en Venezuela, reconstruyendo a pesar del Malo, a pesar del Feo. Finalmente en este duelo en triángulo, tal como el de la película, este año culmina entre el frenesí de un Malo que se sabe perdido, un Feo que tendrá que buscar que hacer y un Bueno que se niega a renunciar a su patria… les juro que puedo oír en este momento la delirante música de la pieza El Trio de Ennio Morricone… sabemos que no será fácil, pero nadie dijo que lo fácil era lo mejor. Feliz año para los Buenos, que somos más.